En la foto don Pedro Vargas entrevistado por el autor de la nota
LA HISTORIA DE LA ESCOBA DE BARRER EN LA VIDA DE UN PUEBLO
Por Oscar Carrasquel
La escoba, una cosa tan singular, tan insignificante, también tiene su historia. La conocimos allá en la casa de la infancia. Muchos la utilizaron como pareja para aprender a bailar... Hasta por ahí por los
años de las décadas del 40 y 50 del pasado siglo xx, no existía familia en el centro
y en la periferia de la Villa de Cura, que no dejara de utilizar la
típica escoba de millo para barrer y asear corredores, patios y zaguanes.
Las rusticarías fábricas de escobas en aquella época se sumaban
a la producción artesanal de alpargatas y la talabartería para sustentar la economía del pueblo. Con el paso del tiempo que todo lo acaba y como consecuencia de
los avances y a la modernidad, la popular escoba fue
sustituida por el cepillo de cerda industrial
de uso doméstico. Después de tantos años ya nadie se acuerda de la
rustica escoba, a pesar de su eficacia y de ser una herramienta antigua que data
del siglo XIX.
La materia prima para la elaboración de este importante implemento de limpieza era la espiga de millo, la gramínea se cultivaba por los lados de El Cortijo, Guacamaya y Camejo donde había grandes plantaciones de millo. La escoba era elaborada en dos maquinas de fabricación artesanal, una se llamaba “Cosedora” y la otra “Tejedora. Para funcionar no requerían de la energía del combustible..
El millo seco de color dorado era tejido sobre
un palo, un poco más grueso que un dedo de la mano, se usaba alambre liso para
sujetarlo. Se le daban tres amarres bien apretados. Hay certeza que el escobero
no trabajaba la madera, el cabo lo tenía que encargar aparte al maderero
La superstición siempre ha estado presente en la cultura de los pueblos, las abuelas de antes tenían la
convicción que, poner detrás de una puerta una escoba al revés, es decir, con el
millo hacia arriba, significaba interrumpir casi automáticamente una larga visita de un extraño. Aquella visita que dice: "me voy...me voy".y se vuelve a sentar..
En Villa de Cura existió en época pasada un torrente de
personas expertas que se dedicaron a la fabricación de escobas, este implemento
tan necesario y útil en las casas de familia de antes. Los escoberos regentaban
pequeños talleres que funcionaban en un
espacio de su vivienda. Entre las pequeñas unidades que producían mano de obra en
aquella Villa semi rural, en primer lugar estaba la producción de la alpargatas,
la talabartería, le seguía las Tejerías y finalmente las fabricas de escobas,
Don Pedro Vargas fue uno de los escoberos más cotizados. Este
viejo artesano era uno de los proveedores del comercio detallista
de Villa de Cura. Lo que era un
sencillo utensilio de limpieza en
el taller de don Pedro Vargas salía convertido en una pieza de arte. Pedro nunca descuidó su
oficio. De allí, desde esa inagotable factoría también salía un primo hermano
de la escoba. Se trata de un escobillón
que se usaba para limpiar techos y superficies altas. Pedro Vargas estuvo
dedicado a este oficio desde que estaba muchacho.
La fábrica de escobas marca “No me olvides” de Villa de Cura era
parada obligada de los vendedores informales, con la disposición de salir de
la producción; entre ellos la visitaba un hombre del pueblo llamado Pablo “Monegui”,
ameno, conversador.. "Monegui" vivía de la fabricación y venta de escobas a domicilio, ofrecía el producto tocando de
casa en casa, en aquel tiempo a tres bolívares la unidad. El hombre poseía ingenio,
tenía una voz sonora y una estrategia muy original para ofrecer su mercancía andando
por todos los sectores:
“Escoberooooo, llevo
las escobas, me queda una!”, (claro está, siempre llevaba un fajo de escobas detrás de la tabla
de la nuca).
Don Pedro Vargas quien era nuestro vecino, impartió clases en diferentes instituciones para enseñar el oficio, no era el único iniciador de esta labor. en La
Villa. Entre
los que sabían el arte de fabricar escobas para su distribución en el comercio, figuró además don Fulgencio Morales, instalado por acá en la calle Leonardo Ruiz Pineda del barrio “Las Tablitas”.
La escoba villacurana no era pirata surgió marcada con etiquetas de fabrica, “La Aldaba”
de don Rafael Toro; “La Esperanza” de don Marcos Vidao; la “Pobre Negra” de don
Pedro Mendoza; la marca “No me olvides” la compartieron Pedro Vargas y
Fulgencio Morales. "Las Mercedes" de su hermano Heriberto Morales ubicada en "Las cuatro esquinas"; “La Aragüiteña” fundada por el comerciante don Tomás María Hernández, el padre de los Hernández Morgado. Me cuentan que las etiquetas venían impresas por Editorial Miranda, patroneada por Inocencio Adames Barrios.
En las comunidades rurales la cuestión era diferente, allá no se acostumbraron al uso de la escoba tradicional. En el
campo para asear los pisos de tierra usaban la “escoba amarga”, que no era otra cosa que un mazo
de ramas atado con alambre a una vara larga. Se conoce como “Escoba amarga” a una
planta silvestre que crece entre los matorrales y en la sabana.
La escoba también forma parte del folclore, de la fabula y la cultura popular, algunas personas supersticiosas de aquellos tiempos tenían la idea que la figura de una bruja cabalgaba por el aire a media noche sobre una escoba, dando como resultado aquel adagio
popular que expresa: “Yo no creo en brujas pero de que
vuelan vuelan”. La brujería como tal tiene su historia aparte.
La historia chica del pueblo y sus costumbres visualizadas
por quien escribe, en la infancia y la adolescencia, viaja y va dejando huellas en el
tiempo. Uno solamente se encarga de mostrar la esencia de su naturaleza para que
sirva de recuerdo y del saber de la generación de siglo XXI que marcha. ¿Resurgirá la escoba de barrer en estos tiempos tan difíciles?.
Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, agosto 2021
Foto 01 Don Pedro Vargas en su taller, cortesía de Inocencio Chencho Adames
Foto 02 Pedro Vargas y Florencio Morales. periódico El Vigía aporte de Elio Martínez
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