"EL NIÑO" EDGAR MACERO RETRATO DE UN PERSONAJE DE ESTA VILLA DE SAN LUIS DE CURA
Por Oscar Carrasquel
Hoy tenemos
la grata satisfacción de traer a nuestra página una parte sustancial de la vida de
este popular personaje villacurano querido por todos, quien por sus vivencias y sus oficios de intelectual, chofer de camión y de sastre, fue muy conocido en toda la Villa de San Luís en las décadas de los años 40,50
y 60. Edgard Macero era el nombre de pila de “El Niño Edgard”. En
esta ciudad nació y fue creciendo en compañía de sus éxitos y derrotas, con sus altas y bajas.
Edgard Macero abrió sus
ojos al mundo en Villa de Cura en 1924, era hijo natural de un hombre útil y
muy famoso de nombre Leopoldo Tosta Alfonzo... Leopoldo Tosta fue un estudiante universitario avanzado,
ejerció la medicina clínica como un sacerdocio, fue como un tropero porque hasta los campos llevaba sobre el lomo de una mula atención médica y remedios para cuidar y curar enfermos. Hoy día su nombre es epónimo de
una Unidad Educativa Nacional y una céntrica calle villacurana.
La madre del
“Niño” Macero se llamaba doña Ernestina Macero, hermana de don Ramón Macero, natural de San Sebastian de los Reyes, también de oficio camionero, cabeza de una familia muy apreciada y querida en
Villa de Cura. Fueron en total tres hermanos: El “Niño Edgard”, Ernestina
“Minina” y Aracelis Macero.
Su padre Leopoldo Tosta, era muy cariñoso con sus
hijos, cuando eran niños los sacaba siempre de paseos elementales en las tardes apacibles conduciendo un
carrito Ford modelo clásico 1948, les daba vueltas por el centro y el sector La
Alameda Crespo y los paseaba por los límites de la sabana.
Edgard terminó su primaria elemental en la tradicional escuela
Arístides Rojas de Villa de Cura con maestros respetados y queridos. Estudiar secundaria en esos tiempos que no había liceo en el pueblo era
complejo, sin embargo pudo estudiar hasta cuarto año de bachillerato en el
Liceo Agustín Codazzi de Maracay.
Al lado de
un distinguido sastre en La Villa llamado don Plácido García, el padre de un amigo, del Negro José Nuñez, aprendió y
ejerció muchos años el arte de la sastrería. No era extraño verlo entonces, corrigendo tallas, trazando y cortando telas de casimir inglés en un mesón de madera y cosiendo trajes a la medida
sentado frente a una máquina de coser. En tiempos pasados la sastrería tuvo un
auge tremendo en Venezuela. En La Villa había muy buenos sastres.
Chofer de un camión fue su nueva profesión... “TRAGEDIA” de autor anónimo fue un sobrenombre que nunca
se quitó; se lo ganó él mismo, porque en todas partes con una paciencia
excepcional montaba un improvisado taller mecánico, corrigiendo fallas
mecánicas a un legendario camión Ford 600, V-8, de barandas y parafangos que se movìan como dos alas, modelo
1946, el cual le servía como medio para desempeñar toda clase de labor. Algunos desalmados que pasaban se retan de su desgracia.
Y era además,
porque el camión parecía que estaba encantado, nunca encendía por el suiche de
ignición, como la mayoría de los vehículos a motor, sino que
Edgard lo prendía poniendo a girar el motor dándole vueltas hábilmente a una manilla por el frente, lo que todo
el mundo en la calle veía como una verdadera tragedia, de allí su apodo de "Tragedia", de lo
que casi nadie escapaba del grupo de bochincheros.
Edgard Macero
era un hombre flaco, honesto, tenía cara de niño, medio encorvado, no ostentoso pero vestía
bien, la moda en la época era usar pantalones tubito y zapatos relucientes de dos
tonos, Muy educado, refinado. Hay que resaltar lo expresado por su hijo Leopoldo que, su
padre tuvo renombre como un joven bien parecido y de mil amoríos. "Pachuco" o "Patiquìn" nombraban a estos seres en décadas pasadas porque gozaban de alta atracción entre las muchachas de la época.
Ese anciano camión Ford era su soporte económico donde se ganaba la vida, recorría con la unidad el pueblo de La Villa de punta
a punta. Era genuino para todo, iluminaba caminos. De golpe estaba con cada brisa que se detenía en la parroquia Las Mercedes, en Aragüita o en Los
Colorados. Le gustaba alejarse del centro, su círculo de reunión más importante
era la parroquia Nuestra Señora de Las Mercedes. Allá se sembró entre su gente, conoce y se relaciona con la familia de la que fue su esposa.
Se dedicaba en cualquier día de la semana a transportar enseres de mudanzas, botar escombros y cachivaches viejos, a cambio de pocos centavos, si la persona era conocida y de
pocos recursos lo hacía de gratis, aunque también hacia
mudanzas a familias de alcurnia. Siempre traía algo de dinero en los
bolsillos producto de su labor para su sustento y ayudar a su familia en el sostenimiento
del hogar.
Por
las calles principales de la Villa, diariamente se veía transitar este vehículo con su natural runruneo... “Camastrón”, así lo bautizó el propio dueño al viejo camión, el cual era como una especie de familia, la propiedad más importante, sin importarle la lidia
que le proporcionaban sus problemas electromecánicos.
Debajo del asiento del
conductor cargaba siempre una pesada manilla. El motor con varios manillazos rugía como una
bestia brava, pero al menos prendía y lo ponía a rodar. “Estàs
como una uva papaíto”, era su frase concluyente cuando iba a ocupar su puesto de conductor. Nunca cargaba ayudante de
trabajo sino que se bastaba él solo para esos menesteres; numerosos eran los viajes que
hacía el día a día.
Macero era un genio cultivando amistades. Poseía
una fina cultura general y pensamiento, sabía dar forma a su personalidad. Se sabía de memoria como escribían, como sentían los poetas franceses vanguardistas. Como EL vivía
al frente de la tipografía Morgado, fue muy amigo del poeta José Manuel Morgado, y asiduo a esas reuniones que mantuvimos en la Peña de Morgado.
Cuenta su amigo Leopoldo Guevara, maestro de escuela, pintor
y poeta que, Edgar sentía una gran afición por el coleccionismo de cosas
antiguas, se sabe que adquirió una moto
italiana marca DUCATI que nuca la puso a funcionar, la tenía
estacionada en el jardín de la casa cubierta con un manto plástico. Después la vendió a uno de esos que ponen avisitos "Se compra moto Ducati de alta cilindrada".
Quiso Leopoldo Guevara resaltar
también la ocasión que vino en campaña presidencial a Villa de Cura el doctor
Arturo Uslar Pietri. Edgar lo llevó a su casa. El escritor quedó impresionado
al observar en su biblioteca una vieja colección del periódico "El Cojo Ilustrado", y se la llevó el ilustre personaje después de plantearle la compra.
Aquel
hombre sencillo, cabal, nada le doblegó el entusiasmo, habitó casi toda su vida
una casa propia de su madre Ernestina Macero ubicada en la calle Páez, a
escasos pasos de la tienda “Cristo Rey”.Alquiló una pieza a su amigo Leopoldo Guevara quien era consentido de doña Ernestina, lo trataba y bendecía como su nieto, un joven con los mismos deseos de hacer bien a la cultura.
Aunque yo lo
conocí y lo traté en demasía, porque recuerdo que fue consecuente amigo de mi padre. Para
escribir esta nota tuve que consultar a
muchas personas, a don Oldman Botello, a su hijo Leopoldo Macero
Alcubilla, en la ciudad de Maracay, y a su primo Carlos Julio Macero, en La
Villa.
El profesor Oldman Botello, Cronista de Villa de Cura y Maracay, me manifestó que Edgard visto en las imágenes tenía un gran parecido
físico a su padre Leopoldo Tosta, Fue un estudiante
aplicado, poseyó un saber autodidacta, leía mucho, por eso ostentaba
una cultura enciclopédica. Le gustaba guardar fotos, recortes de prensa
referente a las letras y al arte en general y coleccionar objetos antiguos.
Sentía un gusto excepcional por la música.
Edgard Macero, siendo muy joven le gustaba parrandear, divertirse, apenas obtuvo la mayoría de
edad acostumbraba visitar alcobas de lupanares, sus amigos de generación me
hablaron de que era perseverante en el fondo de la noche del famoso Night Club “La Cita”, un lugar que en 1950 existió en el perímetro urbano salida de Villa de Cura a San Juan de los Morros, casi llegando a una bomba de gasolina. Jamás se aparto del habito de visitar este lugar, aún cuando la madre le peleaba sus rochelas.
Ya se lo había
oído contar a él en alguna ocasión, pero un amigo suyo de mucha confianza me confirmó que muchas
veces se iban al salón familiar del “Bar Savery”, un lugar de diversión con
normas de buenas costumbres, donde los fines de semana se disfrutaba de música
bailable en vivo, y las damas que lo frecuentaban eran de la alta sociedad. Trajeado con un flux "carne salada" de medio uso..
Pero llegó el día
en que se terminó su vida libertina y de soltero, cuando conoció, pudo enamorar y casó con la señora Lola
Alcubilla de Macero. Del matrimonio sobrevive un solo hijo, Leopoldo
Macero Alcubilla. Su esposa falleció junto con una criatura en un segundo parto..
Desde ese día su cielo se volvió cenizoso, oscuro, una verdadera tragedia.
El "Niño Edgard" vivió durante mucho tiempo al lado de su madre doña Ernestina Macero en la calle Pàez. A veces se escapaba y desayunaba o almorzaba en la pensión de Juanita Changary "La tres lunares", que le quedaba cerca.
Se le conocen también otros hijos en el transcurrir de su vida sentimental, todos ellos se han dado un abrazo fraternal, además de Leopoldo Macero Alcubilla, están Josefina Macero, Irma Macero, Mario Sánchez, Francisco Sànchez y Elena Utrera. Algunas vivencias fueron contados por Leopoldo, quien aprovecha para recordar que tiene muchos amigos en La Villa porque estudió en el Liceo Alberto Smith..
De repente la salud se quebrantó le llegó el momento en que no se puede retrasar el reloj.. El 5
de agosto de 2005 se apaga la vida de aquel hombre que derribó tantas barreras, contaba 81 años de edad. Todos sus amigos sentimos en el alma y
acusamos el golpe certero de su partida, acaecida en la
misma tierra que lo vio nacer, donde sembró amor y amistades. Se le terminaba
el tiempo a aquel hombre querido por los diferentes estamentos de la
colectividad villacurana del recién pasado siglo xx, y a quien hoy venimos a recordar luego de tanto silencio.
Porqué sabemos
que la vida lo hacía sonreír a cada instante a pesar de todas las adversidades. El Niño Edgard, si estuviera vivo, de seguro se hubiera sentido muy acorde que yo cerrara esta humilde
crónica con un pensamiento del poeta y cantautor argentino Facundo Cabral que reza: “Cuando
esta vida nos presente mil razones para llorar, le demostremos que tenemos una
y mil razones para sonreír”.
Oscar Carrasquel. La Villa de
San Luis, septiembre 2019
La foto fue cedida por el señor Leopoldo Macero A.
GRACIAS AMIGO CARLOS POR TAN BELLO REPORTAJE SOBRE MI PADRE AGRADECIDO
ResponderBorrar