BAR "EL CHORRITO" UN BUCÓLICO PARAJE DE LA CALLE SUCRE QUE SE NIEGA A MORIR
Por Oscar Carrasquel
Su InIcuador fue el señor Rafael Gómez. Su último dueño, don Pablo Vivenes. Se ha dicho con mucha sabiduría que el bar es un espacio para la
bohemia, un sitio ideal para saciar el ocio, para la alegría y también para la melancolía. No es extraño ver dentro de un bar a alguien que no le ha ido
bien en el amor, jipeando y poniendo discos tristes en una rokola. Algunas de estas salas guardan dentro de sus paredes muchas historias más.
Por la calle Sucre, cruce
con calle Rivas Castillo, dos cuadras antes de llegar a la esquina llamada "La
Garita"estuvo situado hasta no hace mucho tiempo el “Bar El Chorrito" de don Pablo Vivenes, una cuevita que fue de la simpatía de muchos villacuranos de época pasada y también de tiempos modernistas..
Según versión que nos proporciona la memoria de un viejo amigo, sin centrarse en difíciles detalles; el iniciador de este
botiquín en la década del 40 en Villa de Cura fue un ciudadano conocido con el nombre de don Félix Pérez, quien lidiaba con ganado; hasta que alguna siguió el bar “El Chorrito” pero en manos
del comerciante don Rafael Gómez.
Funcionó en una antigua casa de esquina, de techo de tejas con paredes de
bahareque. El salón poseía dos puertas en hilera que daban a la calle Sucre. En las noches se veían las
luces en su interior que parecían unos cocuyos. La verdad es que no le conocimos
cancha para jugar bolas criollas. Como todos los botiquines tenía un largo mostrador, las mesitas en una sala para departir o jugar dominó. A comienzo de la década del 50 estuvo su mayor popularidad. En la parte de atrás existieron unos baños públicos que los alquilaban por medio real (o.25). a los arreadores de ganado..
El inmueble donde funcionaba el botiquín "El Chorrito", fue su arrendador, quien siempre
se conoció como su propietario, se trata del comerciante ferretero villacurano don Raúl Barreto.
Nosotros cuando éramos nuevos llegados a 18 años de
edad entrábamos a este local como río crecido a un conuco, una vez a la semana. Su dueño como
queda dicho, por ahí a comienzos de la
década del 50, fue el señor Andrés Gómez, un hombre muy atento y cordial. Queremos en esta nota hacer un reconocimiento a
la tesonera labor de este comerciante que bastante conocimos, lleno de
risas, con profundo discernimiento de lo humano, quien supo transitar
caminos zamoranos con estirpe de llanero.
Entre las cosas sencillas que recuerdo, don Rafael Gómez mandó a pintar
las paredes y puertas de madera todas de color verde,
porque se decía que el hombre, no solo era militante al partido democrático Copei, sino que según se supo era conocido del doctor Rafael Caldera y
don Pedro del Corral.
Para aquel tiempo el mismo señor Andrés Gómez era quien servía la barra y atendía las mesitas,
las cuales vivían llenas de gente joven
y mayores, con una alegría contagiosa, recreándose de anécdotas, charlando personas conocidas.
Haciendo un viaje de historia pretérita, es bueno
recordar que antiguamente, en la cuarta
década del siglo xx, el agua a la población de Villa de Cura no venia por
tubería de acueducto, sino que se recogía de pilas o fuentes colocadas en algunas
esquinas, o a mitad de la cuadra. Lo cierto es que en aquella década en las
casas no faltaba el vital liquido.
No poseemos evidencia, pero nos han dicho utilizando la etimología que, como atrás existía una fuente pública, adonde se surtían del agua los vecinos; los grifos no
quedaban totalmente cerrados, brotando perennemente un chorrito, y que de ahí se
deriva el nombre que le dieron a la esquina “El Chorrito” y el llamamiento del bar que allí fue
establecido.
Detrás del mostrador de este negocio un hombre bajo de tamaño, sincero, de voz
nasal, virtuosísimo echando cuentos del acervo cotidiano y fino humor llamado don Andrés Gómez, quien era un hombre de respeto pero con mucha chispa, el cual por su trato
franco y simpático cosechó muchas amistades. En aquella época se le veía por las calles jineteando una bicicleta Raleig de paseo.
La presencia frecuente de la muchachada que jugaba
pelota callejera y salían de la escuela, llegaban como en procesión a la instalación y los arreglaba
con guarapo de limón y papelón que preparaba el señor Gómez para entregar a los menores de edad que por razones obvias no tenían acceso a otras bebidas..
Los tercios para el dominó bajaban del centro, de Araguita y de Las Mercedes . Cómo no recordar las veces que llegaba una tromba de
jóvenes liceistas del último año de bachillerato con una gritería (era un día viernes) luego de haber cumplido con su horario de clase y enseguida ordenaban.
¡Rafael Gómez, danos un botellón de cerveza Caracas bien frìa, cuatro vasos, y un bolívar
sencillo para la rokola!
Los más románticos encabezados por el bachiller Francisco Ojeda tenían predilección por la música suave, empezaban a puyar una selección de discos en
las voces de Julio Jaramillo y el Indio Araucano. Marcaban un disco de Héctor
Cabrera que se titula “Te necesito”;
y de Alfredo Sadel “Reloj·…Reloj, no
marques las horas”... De repente llegaban unos transeúntes con guitarras llorando una milonga, y entonces se silenciaba
la rokola. La monedita de pura plata (un bolívar), cuando aún no había sido devaluado, daba derecho para puyar y escuchar cinco canciones elegidas.
Siguiéndole los pasos tradicionales a este botiquín; después de don Rafael Gómez “El Chorrito” pasó a manos de don
Rafael Alvarado, y luego lo recibió el señor
Manuel Jiménez, mejor conocido con el sobrenombre de El Indio Eulogio. Abrumado por el tiempo y la soledad como un anciano árbol ya caído se convirtió este popular botiquín en la calle Sucre de Villa de Cura. El viejo inmueble no existe. Fue derribada la antigua casa que albergaba las instalaciones del bar. En su lugar lo que existe hoy es una vivienda moderna de bloques y platabanda donde funciona un consultorio veterinario.
En los años 60 "El Chorrito" se mudó para un local al frente ya con nuevo arrendatario, el patrón era un hombre venido de Caracas, nacido en Maturín, estado Monagas; dicharachero
y gozón, amplaimente conocido, se llamaba Pablito Vìvenes. Un tipo simpático, bien vestido, con cadena de oro cochano cruzada en el pecho y pulsera de hombre, anteojos correctivos, bigote grueso, revestido de una actitud bohémica que supo llegar al corazón de los villacuranos,
quien permaneció con el bar hasta su muerte.
Hoy debido a la situación que se está padeciendo, la nueva sede del “ Bar El Chorrito” como fielmente aparece en la gráfica, está convertido
en un cascarón vacío de puertas clausuradas.
Es muy probable que algunos habitantes de la vieja urbe villacurana, guarden en su
memoria "El Bar Chorrito", como refugio de grato reencuentro y diversión de la bohemia y la farándula villacurana
del pasado. Sobrevive en la evocación.
Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis, octubre 2019
Fotos cortesía de don Elio Martínez.
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