miércoles, 16 de octubre de 2019

BAR "EL CHORRITO" Y LA CALLE SUCRE UN BUCÓLICO PARAJE DE LA VILLA




 BAR "EL CHORRITO" UN BUCÓLICO PARAJE DE LA CALLE SUCRE QUE SE NIEGA A MORIR

Por Oscar Carrasquel

Su InIcuador fue el señor Rafael Gómez. Su último dueño, don Pablo Vivenes. Se ha dicho con mucha  sabiduría que el bar es un espacio para la bohemia, un sitio ideal para saciar el ocio, para la alegría y también para la melancolía. No es extraño ver dentro de un bar  a alguien que  no le ha ido bien en el amor, jipeando y poniendo discos tristes en una rokola. Algunas de estas salas guardan dentro de sus paredes  muchas historias más.

Por  la calle Sucre, cruce con calle Rivas Castillo, dos cuadras  antes de llegar a la esquina llamada "La Garita"estuvo situado hasta no hace mucho tiempo el “Bar El Chorrito" de don Pablo Vivenes, una cuevita que fue de la simpatía de muchos villacuranos de época pasada y también de tiempos modernistas..

Según versión que nos proporciona la memoria de un viejo amigo, sin centrarse en difíciles detalles;  el iniciador de este botiquín en la década del 40 en Villa de Cura fue un ciudadano conocido con el nombre de don Félix Pérez, quien lidiaba con ganado; hasta que alguna  siguió el bar “El Chorrito”  pero en manos del comerciante don Rafael Gómez.

Funcionó  en una antigua casa de esquina, de techo de tejas con paredes de bahareque. El salón  poseía dos puertas en hilera que daban a la calle Sucre. En las noches se veían  las luces en su interior que parecían unos cocuyos. La verdad es que no le conocimos cancha para jugar bolas criollas. Como todos los botiquines tenía un largo mostrador, las mesitas  en una sala para departir o jugar dominó. A comienzo de la década del 50 estuvo su mayor popularidad. En la parte de atrás existieron unos baños públicos que los alquilaban por medio real (o.25). a los arreadores de ganado..

El inmueble donde funcionaba el botiquín "El Chorrito", fue su arrendador, quien siempre se conoció como su  propietario,  se trata del comerciante ferretero villacurano don Raúl Barreto. 

Nosotros cuando éramos nuevos llegados a 18 años de edad entrábamos a este local como río crecido a un conuco, una vez a la semana. Su dueño como queda dicho, por ahí  a comienzos de la década del 50, fue el señor Andrés Gómez, un hombre muy atento y cordial. Queremos en esta nota hacer un  reconocimiento a la tesonera labor de este comerciante que bastante conocimos, lleno de risas, con profundo discernimiento de lo humano, quien supo transitar caminos zamoranos con estirpe de llanero.

Entre las cosas sencillas que recuerdo, don Rafael Gómez mandó a pintar las paredes y puertas de madera todas de  color verde, porque se decía que el hombre, no solo  era militante al partido democrático  Copei,  sino que según se supo era conocido del doctor Rafael Caldera y don Pedro del Corral.

Para aquel tiempo el mismo señor Andrés Gómez  era quien servía la barra y atendía las mesitas, las cuales vivían llenas  de gente joven y mayores, con una alegría contagiosa, recreándose de anécdotas, charlando personas conocidas.

Haciendo un viaje de historia pretérita, es bueno recordar que antiguamente,  en la cuarta década del siglo xx, el agua a la población de Villa de Cura no venia por tubería de acueducto, sino que se recogía de pilas o fuentes colocadas en algunas esquinas, o a mitad de la cuadra. Lo cierto es que en aquella década en las casas no faltaba el vital liquido.

No poseemos evidencia, pero nos han dicho utilizando la etimología que,  como  atrás  existía una fuente pública,  adonde se surtían del agua  los vecinos; los grifos no quedaban totalmente cerrados, brotando perennemente un chorrito, y que de ahí se deriva el nombre que le dieron a la esquina “El Chorrito” y  el llamamiento del bar que allí fue establecido.

No hay que dejar de lado que la calle Sucre, aquella callejuela de ayer, de paz y tranquilidad, con piso de tierra le cerraban algunas de sus bocacalles con guafas para las tardes de coleo en las fiestas patronales de agosto.. Hay que reiterar que a finales de la década del 40  las calles de La Villa eran de tierra. La calle Sucre llevaba en la década del 40 el coloquial nombre de "calle La Chancleta". Según saberes ancestrales la calle fue llamada así, porque en época de invierno se convertía en un lodazal y los peatones la tenían que transitar con las chancletas en la mano.

Detrás del mostrador de este negocio un hombre bajo de tamaño, sincero, de voz nasal, virtuosísimo echando cuentos del acervo cotidiano y fino humor llamado don Andrés Gómez, quien era un hombre de respeto pero con mucha chispa, el cual por su trato franco y simpático cosechó muchas amistades. En aquella época se le veía por las calles jineteando  una bicicleta Raleig de paseo.

La presencia frecuente de la muchachada que jugaba pelota callejera y salían de la escuela, llegaban como en procesión a la instalación y los arreglaba con guarapo de limón y papelón  que preparaba el señor Gómez  para entregar a los menores de edad que por razones obvias no tenían acceso a otras bebidas..

Los tercios para el dominó bajaban del centro, de Araguita y de Las Mercedes . Cómo no recordar las veces que llegaba una tromba de jóvenes liceistas del último año de bachillerato con una gritería (era un día viernes) luego de haber cumplido con su horario de clase y enseguida  ordenaban. 

¡Rafael Gómez, danos un botellón de cerveza Caracas bien frìa, cuatro vasos, y un bolívar sencillo para la rokola!

Los más románticos encabezados por el bachiller Francisco Ojeda tenían predilección por la música suave, empezaban a puyar una selección de discos en las voces de Julio Jaramillo y el Indio Araucano. Marcaban un disco de Héctor Cabrera que se titula “Te necesito”; y de Alfredo Sadel “Reloj·…Reloj, no marques las horas”... De repente llegaban unos transeúntes con  guitarras  llorando una milonga, y entonces se silenciaba la rokola. La monedita de pura plata (un bolívar), cuando aún no había sido devaluado, daba derecho para puyar y escuchar cinco canciones elegidas.

Siguiéndole los pasos tradicionales a este botiquín; después de don Rafael Gómez  “El Chorrito” pasó a manos  de  don Rafael Alvarado, y luego lo recibió el señor  Manuel Jiménez, mejor conocido con el sobrenombre de El Indio Eulogio. Abrumado por el tiempo y la soledad como un anciano árbol ya caído se convirtió este popular botiquín en la calle Sucre de Villa de Cura. El viejo inmueble no existe. Fue derribada la antigua casa que albergaba las instalaciones del bar.  En su lugar lo que existe hoy es una vivienda moderna de bloques y platabanda donde funciona un consultorio veterinario.

En los años 60 "El Chorrito" se mudó  para un local al frente ya con nuevo arrendatario, el patrón era un hombre venido de Caracas, nacido en Maturín, estado Monagas; dicharachero y gozón,  amplaimente conocido, se llamaba Pablito Vìvenes.  Un tipo simpático, bien vestido, con cadena  de  oro cochano cruzada en el pecho y pulsera de hombre, anteojos correctivos, bigote grueso,   revestido de una actitud bohémica que supo llegar al corazón de los villacuranos, quien permaneció con el bar  hasta su muerte. Hoy debido a la situación que se está padeciendo, la nueva sede del “ Bar El Chorrito” como fielmente aparece en la gráfica,  está  convertido en un cascarón vacío de puertas clausuradas.

Es muy probable que algunos  habitantes de la vieja urbe villacurana,  guarden en su memoria "El Bar Chorrito", como refugio de grato reencuentro y diversión  de la bohemia y la farándula villacurana del  pasado. Sobrevive en la evocación.

            Don Pablito Vivenes natural en Maturin, sus otras estancias fueron Caracas y Villa de Cura.



Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis, octubre 2019
Fotos cortesía de don Elio Martínez.
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