Por Oscar Carrasquel
Una de estas noches de insomnio pobladas de tantos recuerdos me llegaron pasajes de mi infancia vividos en la casa de mi tía paterna Esther Carrasquel, entre 1949/50/51, nacida, criada y avecindada en un caserío situado al sureste del estado Barinas llamado LA UNIÓN, lindante (aguas abajo) con la población de Camaguán, que al igual que el citado villorrio son ribereños del río La Portuguesa.
Pero “como mataguaro no es guabina”; necesario es precisar que Camaguán atañe al estado Guárico, mientras que La Unión está asentada en el municipio Arismendi del Estado Barinas, ambos estados de Venezuela. Bautizado por sus fundadores de esa manera porque en un sitio denominado “Las Dos Bocas”, forman unión los caudalosos ríos Guanare y La Portuguesa, los cuales al encontrarse se convierten en una gran masa torrentosa tributaria del río Apure.
Llanera, chistosa, echadora de bromas y pronunciadora de muchos refranes era la tía; competente cosiendo atarrayas, chinchorros, preparando anzuelos, arpones y boyas para los lances de pesca de su hermano Gregorio Carrasquel y compañía. De hogareños oficios en su fundo de “Pueblito” y pareja en bailes de joropo llanero, una gran mujer a quien “no se le hacía agua el guarapo”.
Todo llanero nativo, desde pequeño, para cualquier situación siempre tiene un refrán a flor de labios, a caso, una manera sarcástica y metafórica para designar cualquier ocurrencia o hecho cotidiano en la vida del llano, una característica de franca costumbre de la cultura y la fantasía en aquellas tierras. La tía solía decir que todo el que nace en el llano sabe qué: “toda vaca da leche, siempre que no sea horra”.
Yo me acuerdo clarito del sordo Macabeo. Acá aparece en la fotografía, dentro del óvalo rojo. Así de simple fue que le conocimos, un hombre lugareño, sencillo, zamarro, extraordinario maraquero, vivía “sólo como alma en pena”, cuyo oficio era amansar potrillos en pelo y pastorear ganado en los hatos. Siempre andaba alerta, despierto “como burro encerrado con vaca”. Recortados los calzones, de alpargatas caladas y de sombrero alón, vecino de solar por medio; quien se acercó clareando el día por el rancho de doble agua de Esther, entre otras cosas, pidiéndole consejo a la tía a ver por qué lugar se podía acortar camino para atravesar a lomo de bestia las abiertas sabanas del hato “Banco Largo”, donde un hermano suyo era peón becerrero, y él también iba en busca de trabajo en el hato torrealbero, buscando “cómo redondear la arepa”.
Esa vez llegó de prisa en su habitual remonta “mas apurado que burro cuando oye ronquido de tigre”, de mañanita, antes que clareara el día. La tía, quien acababa de colar el café, le salió al encuentro por una empalizada de alambre, en su mano un pocillo de hirviente guayoyo; su intempestivo arribo fue saludado por la vieja con un refrán en sus labios de los tantos que hay en el llano: “manirote que cae y cachicamo que le llega”…Luego del habitual saludo y terminar de saborear el café, Macabeo le agradeció con esta frasecita: “Dios te guarde, prima”; volteó, puso el pie zurdo sobre el estribo y partió enseguida: “tengo que apretar batatas porque lo que viene es sabana”, habría dicho. Le restaba aun atravesar el río La Portuguesa en el paso “Manga Izquilera”, con el caballo aboyado y el agua a la altura de la crin.
Como es sabido, el Manirote es una frutilla de jugosa pulpa, de un árbol de ramaje frondoso que crece silvestre en la sabana, apreciado bien madurito por el cachicamo. Se sabe que el armadillo o cachicamo, suele estar bien temprano al pie de la mata, aguardando la caída del fruto para alimentarse, porque como dice un dicho harto conocido en aquellas llanuras: “quien madruga siempre coge agua clara”.
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Así fue como transitamos esos rumbos aquellos años cuando muchacho, haciéndole compañía a la hermana de nuestro padre, allá en LA UNIÓN de Barinas, donde nos adherimos en cuerpo y alma a sus dichos y costumbres, recorriendo sus praderas con el silbido de una tonada en los labios “más alegre que turupial cantando en morichal”, oyendo los lamentos del carrao y sintiendo los sutiles vientos que baten de los palmares en las madrugadas, pues “quien a buen árbol se arrima buena sombra lo acobija”.
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Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis, noviembre 2018
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