miércoles, 12 de diciembre de 2018

RICARDO "MAPURITE", UN PERSONAJE POPULAR QUE MERECE TODOS LOS HONORES



Por Oscar Carrasquel


Todas las ciudades, pueblos y caseríos en cualquiera época poseen sus personajes simbólicos dependiendo del quehacer humano de cada uno en particular. Esta vez me viene a la mente este  personaje singular llamado Ricardo Antonio Rodríguez Sequeda, así era el nombre de bautizo del afable  “Ricardo Mapurite”, como  se nombraba en Villa de Cura a este hombre por allá en las décadas del 50, 60 y 70. Sus padres eran de origen campesino, su madre era la señora Agripina Sequeda y su padre se llamaba Antonio Rodríguez. Adoptó el sobrenombre de "Mapurite" porque siempre  andaba con unas bragas percudidas.

A simple vista personificaba a  un individuo con instintos inteligentes y un oído fino, aun cuando andaba constantemente trajeado de bragas de trabajo, sucias, percudidas, con una humildad extrema que no era aparentada; dispuesto siempre a adjudicarse cualquier clase de trabajo honesto. Desde mensajero, lavador y pulidor de carros, reparador de toda clase de electrodomésticos y de otras cosas que alguien tuviera que componer en casa,  Reparaba un radio de tubos, una licuadora, relojero, mecánico automotor, cosía alpargatas. Genuino autodidacta, se sabía los secretos de la música, a construir instrumentos y aprendió a conducir automóviles por su cuenta en el Garaje de Palumbo.

En la época cuando  el medio y la locha tenían valor, hacía muchas cosas buenas de trabajo y de artista popular. Un hombre sano, de rectitud comprobada. De tamaño y contextura regular y pelo liso abundante que le caía a un lado en la cara. Era un hombre humilde, sencillo pero distinto a otros. Conversador y echador de broma, en su sencillez dicharachera, divertida, era donde se refugiaba aquel hombre del pueblo que sabía fabricar un instrumento musical de cuerda o de cuero, hasta saber tocar a la perfección la armónica, una guitarra grande, un cuatro, bandola, una marimba, tenía una facilidad natural para ejecutar el piano, sin maestro, sin  que nadie se lo enseñara.

Se relacionaba con gente sencilla del pueblo pero también con personas de renombre.. Fundó hogar con la calaboceña Clara Ramona Rodríguez Gómez, de su misma fragilidad humana, quien vive ya anciana con la espalda doblada por el tiempo en el sector de Aragüita. El grupo familiar vivió muchos años en casa propia en la calle Urdaneta en la entrada del barrio La Represa, bajo el verdor de una frondosa mata de cotoperiz en la esquina “La Tigrera”, de esa unión nacieron tres hijos varones y una hembra.

Frecuentaba el salón de billar del bar Palumbo; también la casa de familia del doctor Chalbaud Troconis; aseaba y mantenía los salones del Bar Savery, a veces vestía  implacablemente y amenizaba una velada musical dominical en la tasca de ese negocio; se podía encontrar reparando un desperfecto a un camión ganadero; a veces en el solar de su casa arreglando un radio picot, o entonando algún instrumento musical; siempre era fácil encontrarlo a cualquier hora. Sus amigos más íntimos entre los cuales se hallaba  Natividad Bermudez “Meneco”, buscándole la vuelta a su apodo, para que sonara distinto, le cambiaban el mote por “Mapuriflor”.

 Mi compadre El Negro Francisco Matute me contaba que Mapurite entraba libremente en la casa del odontólogo Chalbaud Troconis en la calle Miranda, frente a doña Providencia Hurtado, a donde lo querían mucho; lo sentaban en la mesa a saborear sus comidas y bebidas, le regalaban agua de colonia, ropa y zapatos nuevos. Algunas veces lo vestían de paltó combinado con pantalón de gabardina, camisa manga larga, se engominaba el cabello con brillantina Palmolive, y un fin de semana el médico se lo llevaba para Caracas, para que animara con música de piano la tertulia de la familia. El entorno siempre lo convertía en alegría.

Cuando era joven junto con otros de su edad fue convencido por unos cineastas venidos de Caracas para participar en el rodaje de una película sobre la primera batalla del sitio “La Puerta”, en los límites de los estados Aragua con Guárico. Se quejaba porque su intervención fue muy efímera ya que el guión exigía  que cayera mortalmente herido de un certero lanzazo en el pecho. “Yo nací para morir dos veces, en la batalla me mataron, me  falta una muerte”, le comentaba a su gente en un banco de la plaza Miranda.

Una vez conversando con él  me contó que, gozó mucho porque la noche anterior estuvo soñando que se replegaba junto con el oficial Vicente Campo Elías, montado en el anca de su caballo, por la decisión de capitulación del jefe patriota ante la arremetida realista.

Conocimos su mundo de norchienago y su espíritu siempre divertido. "Mapurite" tomaba licor pero nunca en exceso. En sus andanzas bohemias era capaz de acompañar  una serenata bajo el claror de la luna o una reunión de amigos de esas que no terminan sino al amanecer. Los jugadores del billar de Ángel Molina en el bar Palumbo, frecuentado por estudiantes de la época, siempre estaban pendientes de sus travesuras y mamadera de gallo. 

Ricardo fue un personaje admirado por todos que anduvo nuestras calles repartiendo alegría. Hace ya más de cuarenta años que su vida se apagó, lo rindió la presencia de una  enfermedad que hizo crisis cuando La Villa comenzaba su transformación. Fue bajado el ataúd por cuatro hombres marcando el paso por la calle Urdaneta sur, los vecinos del barrio La Represa cargaron el féretro hasta el cementerio. 

Los negocios de la calle Comercio cerraron las hojas de sus puertas, como era costumbre cuando pasaba un entierro por el frente en señal de respeto. Mil recuerdos fueron quedando del amigo “Ricardo Mapurite”. Bien lo dice la letra de una canción mexicana de Pedro Infante: “La vida es un sueño y la muerte su despertar”.

Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis, octubre 2018


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