A la izquierda el doctor José María Carabaño Tosta, lo acompaña J. E. Carrasquel
Por Oscar Carrasquel
Esta añeja
fotografía data de los años cincuenta. El lugar es el “Hato Tablantico” que ya no
existe, fue propiedad de don Fernando Carabaño Tosta. El encargado y administrador
era mi padre José Eugenio Carrasquel,
estaba situado al sur de Calabozo en la llanura quieta y ancha del estado Guárico.
En los tiempos que era presidente el general Marcos Pérez Jímenez fue expropiado al igual que sus vecinos, los hatos “Uverito”,
“Tablante” y “La Tigra”, esgrimiendo razones de “utilidad pública”, para dar paso a los trabajos de la represa de
Calabozo.
En la
gráfica en blanco y negro, de gruesos lentes, sombrero alón y ropa de cacería (una de sus aficiones) el
médico José María Carabaño Tosta, hermano de don Fernando, ambos naturales de Villa de Cura. En 1983 le dieron su nombre al modernizado hospital del Seguro Social “Carabaño Tosta”, ubicado en la urbanización San José de la ciudad de Maracay. Allí está
acompañándolo mi padre J. Eugenio
Carrasquel, amigo y compañero de viejas batallas.
Los niñitos entretenidos en las piernas de los viejos amigos me dicen que son los hijos del doctor José María, lo cierto es que
tienen pelaje de Carabaño. Nuestros amigos Fernando Carabaño Mele o Miguel
Adolfo Carabaño Mele, de la misma parentela, hoy seguramente nos podrían suministrar sus nombres.
El atractivo
sitio era un potrero donde se mezclaba el bramido de la vacada con el relincho
de caballos. Al franquear la casa y una
puerta de trancas había un molino que giraba día y noche con el viento, el
molino llenaba el tanque redondo australiano donde aparecen ellos recostados en grata conversación. El
agua servía para el servicio de la casa principal y de los obreros y para
abrevar el ganado y animales silvestres, se la pasaba una población de gallitos
de agua, patos, gabanes y garzas de variadas especies y colores sobre el esplendor de
unas charcas que se formaban en la sabana.
Yo aún estaba tierno. Me fascinaba ir allí de vacaciones escolares junto con mis hermanos. A la orilla de dicho estanque uno se daba un exquisito baño con totuma. De vez en cuando colocaban alrededor, una
mesita y unas sillas para que los visitantes se entregaran, en las
noches brillantes de luna y estrelladas, a platicar y jugar partidas de dominó o barajas; a
veces el lugar se convertía en recinto de cantos, del sonido de un
arpa llanera, o de una guitarra grande tocada deliciosamente por una dama.
Los buenos
recuerdos, como esas cosas que no se pueden ver ni tocar, acaban con matarle a
uno la melancolía.
La Villa de
San Luís, carnaval 2020
Foto del álbum
de Luís Fernando Carrasquel.
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