Por Oscar CarrasquelCon el recuerdo grato de nuestra cuerdita de compañeros de la década del 50 del siglo xx …
Yo me pregunto: ¿Dónde andarán estos muchachos de entonces?
Para aquellos que son coherentes con la definición que nos empuja a mirar la ruta caminada, o sencillamente que aún reaccionamos con espíritu joven y los sentimiento de nostalgia con la emoción se juntan en uno solo; les presentamos un espacio de la Villa de Cura bonita de los años 50, tranquila, gozable, apacible, parecida a un largo bostezo. Cuando eso nuestro pueblo matriz escasamente llegaba a las veinte mil almas. Hay momentos en que solo escuchamos el Alma LLanera.
El testimonio fotográfico que les presentamos es precisamente la calle Real o calle Bolívar de Villa de Cura, entre calles Dr Urdaneta y Dr Morales, silenciosa como un sepulcro, con sus tiendas y almacenes de ventas al mayor y negocios de modestas economías.. Nuestra calle Real que trajinamos desde la infancia, porque naturalmente fuimos conocedores de los espacios del pueblo de dónde venimos. La anduvimos y desandamos, tanto de día como de media noche para el día, o tal vez a la hora en que se oía el desafinado canto de los gallos en una madrugada, llena de frío. La Villa era un pueblo de solo cuatro exquisitas barriadas, de escasos automóviles en sus calles y avenidas; muy raro era encontrarse una moto o con un malandro; toda cosa turbia que ocurría en el pueblo lo pagaba el pobre "cabeza de guaracha" que lo que parecía era un fantasma . No había ni una sola tronera o hueco en el piso, al menos en esta calle, como se sabe la más importante. No hay duda que ahora se está queriendo a La Villa, pero sus problemas parecen multiplicarse y de difícil solución, venga quien venga.
En primer plano a la izquierda se observa el famoso Hotel Continental, de la familia Cuenca, un sitio de alojamiento de viajeros, con su restaurante de comida criolla, siempre abierto y lleno de clientes. El forastero se sentía como en su propia casa. A su lado la Talabartería Venezuela y casa de habitación de don Francisco Pérez Rodríguez; recuerdo que desde la calle se veía el accionar de los operarios: Pablito Vegas, Cesar Licón, Félix Tabares, Morocho Colmenares, Elías Flores, entre otros. Al lado quedaba la Sastrería "El Deseo" del italiano Giovanni Donarunma y Farmacia Central de don Félix Valderrama, atendida por su dueño y los jóvenes Luís Almeida, Víctor Martínez y Omar Garrido.
Y al frente de la Talabartería Venezuela de Francisco Pérez Rodríguez. Puede verse también la librería Las Novedades de doña Vicenta de La Rosa de Manzo, casada con don Eduardo Manzo Fuentes, dueño de la hacienda El Ocumo. Su casona era negocio de papelería, distribuidora de libros escolares y periódicos y a la vez sellado oficial del 5 y 6. Acompañaban a doña Vicenta en el negocio tres de sus encantadores hijas: Carmen, Beatriz y Mirna. Este matrimonio villacurano no tuvo varones, sino un total de once muchachas bellas y gentiles, las restantes ocho no me costó mucho recordar sus nombres: Nina, Servilia, Nerva, Guillermina, Lastenia, Flor, Elena y Abilia. Nina fue casada con el cantante zuliano Mario Suárez, padres de la cantante, actriz, locutora y humorista Norah Suárez Manzo, nacida en Villa de Cura en 1952..
Y al frente de la Talabartería Venezuela de Francisco Pérez Rodríguez. Puede verse también la librería Las Novedades de doña Vicenta de La Rosa de Manzo, casada con don Eduardo Manzo Fuentes, dueño de la hacienda El Ocumo. Su casona era negocio de papelería, distribuidora de libros escolares y periódicos y a la vez sellado oficial del 5 y 6. Acompañaban a doña Vicenta en el negocio tres de sus encantadores hijas: Carmen, Beatriz y Mirna. Este matrimonio villacurano no tuvo varones, sino un total de once muchachas bellas y gentiles, las restantes ocho no me costó mucho recordar sus nombres: Nina, Servilia, Nerva, Guillermina, Lastenia, Flor, Elena y Abilia. Nina fue casada con el cantante zuliano Mario Suárez, padres de la cantante, actriz, locutora y humorista Norah Suárez Manzo, nacida en Villa de Cura en 1952..
En la misma cuadra al lado de la Librería Las Novedades la casona donde funcionó el "Centro Cultural Italiano", tenía salida y estacionamiento por la calle Comercio, fundado a mediados de la década del 50 por la colonia italiana recién residenciada en Villa de Cura..
Y más adelante en el mismo rumbo, en toda la esquina, la colosal tienda "La Favorita" propiedad de don Hernán Zamora, atendida por el propio dueño. Sus empleados en el citado comercio eran Juan Bautista Pérez Zamora y José Garrido. Y al frente, la famosa tienda "La Fortuna# del judío don David Sananes, vendedora de telas nacionales e importadas. El cacique David Sananes siempre andaba en camisa mangas largas con elásticas. Detrás del mostrador atendían sus empleados Carlos Díaz y Eustaquio Martínez.
En la otra esquina, en el cruce de la doctor Morales, estaba la farmacia "Moderna" de don Rogelio Tavío Tosta, de aquellos tiempos cuando enfermarse era barato, tenía como dependiente al joven Eliseo Briceño, despachando las fórmulas médicas, a quien recordamos como dirigente del deporte, un ser amable y excelente amigo.
La mayoría de estas casas hoy en día desaparecieron parcial o totalmente del rostro de la ciudad. Otras fueron piqueteadas y divididas para convertirlas en quincallas. No puedo pasar desapercibido que el auto blanco estacionado a la derecha es un flamante carro Chevrolet sedàn modelo 52, que sacado de la agencia concesionaria costaba alrededor de doce mil bolívares, de los antiguos. (Lo que cuesta hoy un pan campesino).
En la Villa de Cura de aquellos días conocimos dos de estos automóviles recién estrenados, uno de la bionalista Andreina Matute Padrón, y el otro, perteneciente al comerciante Juan Pancho Rodríguez. La divisa norteamericana se conseguía libremente en el Banco Carabobo o Banco Provincial –los únicos Bancos que existían en la época- en bolívares 3.35 por dólar, no variable.. Así sería de poderoso nuestro signo monetario y la economía del país era indestructible..
A un lado se puede apreciar la célebre cara de muchacho grande siempre risueña de Ismael Correa el popular “Correíta”, musculoso, con su inseparable cara de niño, dirigiendo sus ojos al cielo que a veces se torna de gris a violeta, de calzones bombache y pasos ligeros. Se le consideró como el último pregonero del pueblo, a quien se le oía la vocería de las noticias de los periódicos por las calles, para después contar los centavos y mediecitos producto de la venta.
En relación con la foto no logramos precisar a qué conmemoración corresponde, puede ser un desfile celebrado en ocasión de una fecha patria como el Día de la Bandera Nacional y ofrendas florales a la estatua heroica.. Pudiese ser de un “2 de diciembre”, que era la fecha escogida en la época perezjimenista para desfilar en la llamada "Semana de la Patria"..Cualquiera de las fechas era una fiesta delirante en el pueblo.
Obsérvese nuestra Bandera Nacional la clásica de siete estrellas, flamante, encabezando la marcha, cuyo uso era de obligatorio cumplimiento enarbolar en los días patrios, puesta sobre las ventanas de las casas particulares y al frente de los comercios, y en las oficinas públicas, so pena de hacerse acreedor de unos días de arresto en la comandancia de policía, o una multa segura por parte del Concejo Municipal.
¡Que bella! aquella solitaria calle principal con un silencio sepulcral, con su sol canicular del mes de marzo que casi rompía el macadam, sin la asfixiante actividad buhoneril en la acera . No existían casas de abastos ni supermercados chinos, ni aglomeración de gente, tampoco el laberinto de personas haciendo cola buscando llegar primero para comprar alimentos.
Pongo de ejemplo a la siempre asertiva profesora Milagro Almenar que todavía era una muchacha escolar, pero su padre le debió referir que los únicos tiros que se escuchaban en el perímetro de la población y el olor a pólvora, eran ocasionales por el estallido de los cohetes que disparaba a las nubes desde el altozano de la iglesia, en los desfiles, en la retreta, en días santos, paseos de música y en los toros coleados.
A pesar del tiempo de tantos eriales se mantiene en nuestra memoria esta estampa que marca la nostálgica vida cotidiana de aquella antigua Villa de Cura que ya no existe.Ya no suenan las campanas desde aquel mirador, ni tampoco el reloj de la catedral da la hora. El tiempo por supuesto sigue su marcha en forma indetenible.
La foto que hemos seleccionado en la portada la tomó mi hermano Raúl Carrasquel, pertenece al álbum familiar, en buen resguardo de la profesora Gilda Carrasquel.
Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, julio 2019
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