sábado, 17 de junio de 2017

CARMEN COLMENARES/ PERSONAJE DE LAS MERCEDES/ CURABA CON LA MEDICINA DE DIOS..


Villa de Cura
Estado Aragua

Por Oscar Carrasquel

El personaje que describimos en esta oportunidad fue una mujer con infinitud de virtudes por los servicios que prestaba, sencilla, bondadosa, de gran valor humano. Nació y vivió todo el tiempo en la parroquia Las Mercedes donde toda su vida disfrutó de sus lindos atardeceres, dotada por la voluntad y misericordia de Dios de facultades naturales para tratar malestares en los humanos, muchas veces  difíciles de curar hasta por los mismos médicos de buenas universidades. 

Enfermedades nada extrañas en la población urbana y rural de mediados del siglo XX, tales como erisipelas, tortícolis, culebrillas o herpes, inflamaciones, mal de ojo en niños y descomposturas musculares, tendían a desaparecer cuando llegaban a las manos de esta humilde mujer que desde tierna edad estuvo dedicada a la curación de estos males, los cuales no encontraban rápida solución en un hospital o en el consultorio médico particular.


La niña Carmen Colmenares debió ser una de las últimas personas en curar y aliviar con métodos naturales y espirituales que quedaba rezagada en toda Villa de Cura.

 Recuerdo que una vez le tocó  darme  una sobada en un músculo falseado, para lo cual  le bastó ofrendar un rezo, con una ramita de romero en la mano, y una velita de sebo encendida apretada entre sus dedos. Sorprendido la mirába yo en su rutina, retorciéndome en una silla de mimbre.
¿Señorita, a usted podríamos llamarla "Curandera"?, nos atrevimos a preguntarle. 
-Nooo, yo no curo, quien sana es Dios.


Carmen Colmenares fue una mujer que brotó de las entrañas de estas tierras próximas al  hermoso Valle de Tucutunemo. Ella fue una mujer de las más respetadas y queridas de la colectividad de Las Mercedes, con una existencia plena de servicio y entrega generosa a sus semejantes. 


Las Mercedes de antaño fue una vecindad pequeña. Sin embargo, a partir del siglo XIX que se construye su Iglesia, se convierte en una floreciente Parroquia, patrimonial hoy de la jurisdicción territorial del municipio Ezequiel Zamora del Estado Aragua.


Muchos se atreven a decir y no está ofendiendo a nadie que esta primigenia Parroquia del municipio Zamora, nunca ha poseído la atención y el progreso que se merece, si tomamos en cuenta que el Valle de Tucutunemo fue uno de los sectores de mayor fertilidad para la producción agrícola del municipio. Puede observarse hoy con sus servicios públicos  en decadencia y calles abandonadas llenas de huecos. No hay quien ordene el arreglo y pavimentación de sus vías. No podemos olvidar que todas sus tierras  cercanas al río,  en un tiempo eran abundantes en materia prima para la elaboración de artesanía, tejas, ladrillos y terracotas, elementos esenciales para la construcción de viviendas. No era raro ver entonces en los solares de las casas de Las Mercedes de otra época,  fogones  de leña y hornos ardiendo todo el día para la quema de arcilla proveniente del río Tucutunemo, de sus playas y taludes.



La niña Carmen nació en este sector cuando sus calles y las vías de acceso para El Cortijo  eran todas de polvo pero transitables, Nació un 16 de abril de 1921 durante el gobierno del General  J. V. Gómez, en una casa pequeña hecha de bahareque y palma. Casa campestre rodeada de árboles y en  la entrada  una arboleda y huerto-jardín con perfume de rosas y hojas aromáticas. La casa llamaba la atención porque estaba levantada en todo el paso del río Tucutunemo, para  aquel que se dirigiese hacia la comunidad de El Cortijo. En la otra orilla del río estaba asentada la casa que también fue conocida como la "Tejería de Don Juan López". Allí a la orilla de este cauce, surcando estos caminos y en la hermosura de sus campiñas vio la muchacha vivir sus años de infancia y adolescencia al lado de sus padres.


Sus progenitores fueron Rafael María Colmenares y Arnalda Carrasquel, una pareja de agricultores poseedores de sus propios conucos, que bastante cultivaron y cosecharon en estas fértiles tierras. La prole habida de este matrimonio no fue tan corta,  todos nacidos en este sector, en total fueron siete hijos: Luisa, Juan Pablo, Antonio, Lorenzo, Rafael, Arístides y Carmen. Hombres y mujeres de formación hogareña preocupados por el trabajo del campo y la ciudad desde pequeños. 

                  
Carmen fue siempre una mujer de hogar, de raíces y costumbres rurales, en este ambiente creció con los trabajos de adentro que le encomendaban sus padres y los diversos altibajos y circunstancias, pero siempre con voluntad  de servicio a favor de la gente, cuestión que la comunidad de las Mercedes ha sabido agradecer, reconocer y respetar.

Tratar una dolencia, aliviar, curar y ensalmar males de salud no era fácil tarea, pero fue el destino de aquella muchacha que  correteaba por el curso del río Tucutunemo, buscando en sus corrientes las pozas que sirvieran para lavar los trapos y realizar sus menesteres domésticos en su limpio caudal y disfrutar de eventuales de zambullidas en sus aguas.


La niña Carmen en esa oportunidad me contó  que su mamá, adicionalmente, le enseñó la práctica de la repostería,  a la confección de dulces tradicionales; y ella misma aprendió la fabricación de ramos y coronas que también surgieron  como expresión laboral de su profunda humildad, en busca de ayudar el sustento de la casa y compartirla con otras personas desvalidas de pan; pero sin apartarse de las bondades derivadas de las plantas con una efectividad que convencía.



La señorita Carmen, como es sabido, no tomó estado ni tuvo descendencia. No es tarea difícil imaginar que los oficios de la casa que nunca terminan, el desempeño de prácticas religiosas y medicinales heredadas de sus ancestros desde que era pequeña, y el hecho de estar pendiente de la atención de sus hermanos menores y mayores,  no le dieron tiempo para amoríos.


Fue considerada una persona amorosa y cariñosa con los niños en general, con sus numerosos hijos de crianza, con sus nietos, sus yernos. Por ello fue que sin saborear la dicha de dar a luz, fue madre protectora  comprometida con la crianza de hijos de otras madres, con el mismo amor como si fueran fruto de sus entrañas. Diríamos que fue madre para todos los niños. Era de esas mujeres que estaba donde era útil y necesaria su presencia y así se mantuvo toda su existencia, soportando situaciones adversas sin ningún reproche y enfrentando el duro trajinar de la vida.


Para orgullo de toda su familia, de sus hijos y nietos  y toda la comunidad  en general de Las Mercedes donde era muy apreciada, hoy  el nombre de Carmen Colmenares ocupa un sitial de honor en la memoria de esta  colectividad mercedeña. Muchas personas propias de Villa de Cura y extrañas pasaron por la magia de sus manos y fueron parte de sus curaciones físicas y  espirituales. Inclusive procuraba ayuda a las mujeres embarazas que traían criaturas al mundo.


Recuerdo la vez que la visité  me atendió en su casa  localizada en el callejón número 5 de la Parroquia  Las Mercedes, en la frontera con el barrio Manuare, donde transcurría su recorrido por la vida, alejada de la vida citadina, entregada a sus quehaceres cotidianos, con la ayuda de la divina Providencia  y su entrañable fe y devoción por la madre de Dios en la advocación de Nuestra Señora de Las Mercedes.


Si algo distinguía la personalidad de esta dama era su gran sensibilidad por la humanidad y su acendrado amor por la Iglesia de Cristo. El  sentir lo que era la solidaridad y lo que vale un amigo y un buen vecino. Entonces daba gusto oírla pronunciar aquella lacónica y acostumbrada frase que aún resuena en nuestro oídos: 
-“Ponga ahí en su libreta que aquí  en este barrio nací y aquí me quedo”, como en efecto ocurrió. Falleció acá en Las Mercedes el 7 de febrero de 2015, había alcanzado  94 años de edad. 

No es exageración afirmar que hoy, con el aprieto  de salud  que estamos viviendo los venezolanos, cuando ahora no es posible conseguir en las farmacias ni  un simple sobrecito de aspirina, es cuando a  estos conglomerados humanos les hace falta personas como la niña Carmen Colmenares. Necio sería negar su gran importancia y su utilidad en la comunidad.

 Hoy, pasado algún tiempo una hija consentida de crianza llamada Belkis Colmenares que amablemente nos recibió  en su casa de Las Mercedes, conversamos en el patio lleno de matas de guásimo y mamón y me mostró  el álbum familiar, igual como un gran corazón de inolvidables recuerdos. Ella tuvo la suerte de ser encomendada por su madre para continuar su labor y aventajaría si era posible, ya comienza a trasmitir su ejemplo. 

                                 
Oscar Carrasquel

La Villa de San Luis, 14 de junio de 2017.

COMENTARIOS



Aleyda Garcia Que bella!! Que Dios la tenga en su gloria !!


lunes, 12 de junio de 2017

ELADIO TARIFE

     

Por Oscar Carrasquel


Sin  un ¡adiós! decirnos siquiera,
hoy  te  marchaste cantor de mi tierra.
¡Qué pronto te embarcaste poeta!
 en  el  “jueradeborda” de la muerte

Una sola vez te vi navegando el  Rio Guanare,
desembarcaste  en “Puerto Las Animas”
-era una  mañana de domingo clarita-
con una guitarra grande debajo del brazo
 Ibas rumbo hacia “Paso Arauquita”

Recuerdo que compartiste un rato
entre  amigos y cervezas,
y  almorzaste, fresco picadillo de ternera.

Viajero empedernido
de fiestas sabaneras,
vestías  liqui liqui azul  sereno
con sombrero color de zorro corriendo.
  
Del  mismo tamaño de la sabana 
-como dice el proverbio-
Es  el compromiso contraído por el llanero

Escribiste canciones a la población de Arismendi,
tu hogar nativo,
Y  compusiste “Amores en Puerto Ayacucho”,
y  cantaste “La Española”
entre tus incomparables composiciones. 

Poeta trashumante de la sabana
Y de versos fluviales
mojados de café colado

Tu  corazón a una linda damisela
llamada “Barinas” entregaste, 
 y le regalaste  tus letras encendidas
de inspiración y de canto

Le  escribiste con tinta del alma
a la ciudad Marquesa
un himno segundo a esa capital

Le ofrendaste a esta novia andina
tu inmortal canción “Linda Barinas”.

Al mundo llegaste un siete de junio,
Y un siete de junio te marchastes
por un camino de brumas 

“Mañana cuando yo muera/
Que nadie clame un lamento”

Cabrían  estos, tus versos,
como un epígrafe  en  tu tumba
sin latidos.



La Villa de San Luis, 07 de junio 2017




DOÑA PETRA APONTE DE CASTRO UNA MUJER CIRCENSE ARTISTA DEL GRAN CIRCO RAZZORE




                 Doña Petra Aponte. Foto O C. con mi celular Jezz en el momento de la entrevista

CIEN AÑOS DE CAMINO EN LA VIDA TIENE ESTA MUJER,
TANTO ELLA COMO SUS DOS HIJAS FUERON GIMNASTAS DE CIRCO
SU ESPOSO OSCAR CASTRO FUE ARTISTA DE CIRCO Y  EMPRESARIO 


                                                              Por Oscar Carrasquel

¿Quién podría creer que esta matrona que hoy tenemos sentada frente a nosotros pueda tener un siglo de aguante? Y es que cien años suenan de verdad como muchos, pero  gracias a Dios, el tiempo para ella no se ha acabado. Fueron muchas las realidades construidas que la llevaron a alcanzar sueños y metas en este transitar de su vida. En Villa de Cura transcurrió su niñez y su adolescencia al rescoldo de la madre que la tuvo  y su padre de crianza el conocido herrero de carretas Don Román Hinojosa Díaz. Muy nombrado por allá en las década del cincuenta, con su herrería ubicada en todo  el centro de La Villa entre Bolívar y Comercio.
Es sorprendente encontrarla de nuevo después de tantos años. Yo la conocí ya mujer, hecha y derecha, delgada, garbosa, vestida siempre con un traje más abajo de la rodilla, maquillada y con unos ojos bien  bonitos y  grandes, asomadas en su rostro dos cejas arqueadas al estilo de la diva mexicana María Félix, la doña Barbara de don Rómulo Gallegos.
De eso hace una cantidad de años. Hoy por hoy el tiempo se encargó de minar su sonrisa de alegría y turbar su mirada. Doña Petra Aponte aparentemente  cambió de color, se le arrugó el pellejo, se le encorvaron huesos, se volvió cansina, los  brazos y las piernas son  troncos de ramas  secas; pero no se le ha doblado el espíritu, posee una mente clara; acá está  todavía  como  todo hijo de este mundo,  hasta que Dios  decida bajarle el suiche. 
Su frágil cuerpo se ve siempre sentado, desde que aparece el alba hasta el anochecer, en una poltrona de mimbre en el portal de su casa  de la calle doctor Manzo, en la que fue casa de su juventud y de su adolescencia, con su original fachada  y sombreado patio. Donde conoció de soledades, de  alegrías, de llantos, de ese incansable batallar que es la vida.
De cuando en cuando, puede rememorar las vivencias que solo quedan y recoge la quietud del alma. De acordarse de  cuando era muchacha  que  se puso pilas nuevas y se colocó alas de independencia. Que nada la detuvo. Que solo el tiempo  igual a un fuerte viento de lejos se le vino encima.
Petra Aponte nació en la población de La Unión, perteneciente al Distrito Zamora, hoy Municipio Arismendi, territorio barinés, contiguo al estado Guárico, un 19 de abril de 1917. Sus padres fueron Petra Aponte y Pedro Ernesto Linero, apureños; pero pequeñita fue traída a Villa de Cura, cuando eso la carretera era de pura tierra. Después cuando creció entraba y salía de vez en cuando a su pueblo.. Hace ya cierto tiempo regresó y aquí permanece ahora bajo el cuido de nieta y biznietas. De linaje indígena era su madre. 
Petrica Aponte no tuvo refugiada siempre bajo el cielo villacurano. Hubo un momento en que cambió su vida, se volvió trashumante. Fue ocupante de una camionera cerrada acompañando a su esposo para todos lados. Su cielo ya no era de nubes, luna clara y  luceros, sino que se convirtió de lona,  siempre metida dentro de un circo de techo y paredes color azul y grisáceo. 
En 1948 conoció en Maracay a un hombre de circo, del mundo circense, excéntrico, llamado Oscar Castro Pérez, nacido en Melena del Sur, provincia de Cuba, primo-hermano de los Castro Ruz, que llegó a Venezuela en la década del 40 con el Gran Circo Razzore, trabajando al lado del famoso Blakamán, se desempeñaba como Fakir además de domador de animales salvajes. Con la empresa recorrió muchas ciudades de Venezuela. Su marido le contó que el Circo Razzore estuvo en dos ocasiones instalado en la sabana de Villa de Cura.
En Aragua fue que se conocieron  y comenzó un  romance que luego se convirtió en  casamiento. Después de casados, Castro ya separado del Gran Circo Razzore y estando ya viviendo el matrimonio en Villa de Cura, en 1949 fundan entre los dos una compañía que se llamó, primero “Circo Cuba Hermanos Castro”, después decidieron cambiarle el nombre por “Circo Hermanos Castro”
El matrimonio tuvo solo dos hijas: Petra Castro Aponte  y Erlinda Castro Aponte, las cuales por enseñanzas de sus padres también  desde pequeñas se hicieron excelentes trapecistas y gimnastas dentro del circo. La primera nació en Seboruco estado Táchira y la segunda en Acarigua estado Portuguesa.
Un circo con todo número en escena: titereros, rumberas, trapecistas, malabaristas, enanos, payasos, ilusionistas,  magos y domador de animales salvajes... Con las maletas listas  y todo empacado  los esposos Castro Aponte ya sabían para donde ir y lo que debían de hacer. A cualquier pueblo o caserío donde se celebraban festejos patronales o de otra índole, llegaba esta caravana circense. Y así siguieron sus presentaciones y ajetreos por casi todo el territorio..
Desde el primer momento Castro sabía que su esposa  también podía trabajar junto a él en el circo, sabía de su experiencia y de sus condiciones artísticas, ella estaba mentalizada para echar adelante la nueva empresa, actuaba en el circo como trapecista y a su vez administradora de la compañía de espectáculos.
Petra Aponte fue enseñada y guiada por Castro desde cuando eran novios. Me cuenta que su desempeño en los circos "Siempre fue realizando acrobacias sobre el trapecio de aro". Hacía piruetas en el aire, sujetada de un aro y una cuerda, con un garfio incrustado entre la dentadura; volaba como una saeta  por los aires en  saltos mortales junto a otras jóvenes trapecistas. "Este era el número estelar de la función. Como es sabido, abajo había una malla enorme que servía para amortiguar una posible caída"
Doña Petra me cuenta que aquello no era nada extraño para ella, pues ya había trabajado en el Gran Circo Razzore, en conjunto con Oscar Castro y varios artistas de afuera y del patio. Tuvo doble desempeño, como trapecista y también “Alambrista”, me lo explica con un ejemplo sencillo,  "Realizaba sola este número, el cual consistía en cruzar una  cuerda, de extremo a extremo, en zapatillas especiales, haciendo equilibrio con un balancín, y de regreso debía de pasar el trayecto sin utilizar el báculo".
Como dice la crónica el Gran Circo Razzore, conocido por sus giras por todo el país, naufragó en el mar Caribe con carpas, jaulas, animales, pasajeros y todo el 1ro de septiembre de 1948.:Petra se seca un poco el sudor buscando los recuerdos. "Se salvó el dueño don Emilio Razzore porque se fue en avión. En el accidente murió su hija Guillermina Razzore, artista de la empresa con quien desarrollé una gran amistad".




                El Gran Circo Razzore estuvo en dos ocasiones instalado en la famosa sabana villacurana. Foto de Maguanty Marrero.


Petra Aponte con el “Circo Hermanos Castro” hizo muchas giras y presentaciones pero solo como trapecista. Además de ciudades y pueblos de Venezuela, también viajó a varios países de Latinoamericanos tales como Cuba, Colombia, Perú, Argentina, Chile y Ecuador. El sonido de aplausos y vítores resuenan todavía en su mente y en los oídos de esta ancianita que hoy pasado cien años apenas escuchan.
Pasado el tiempo la familia Castro Aponte junto con el circo van a  establecerse fijo en la población de Guasdualito, territorio apureño, fronterizo con el Arauca colombiano. Desde allí emprendían giras por pueblos circunvecinos.
En Guasdualito enfermó su esposo y murió, y posteriormente fallecieron también de corta edad su dos hijas, quedaron sepultados en aquella tierra apureña. Dios es quien marca la transitoriedad y fugaz de la existencia.. "¿Y ahora que hago?, me preguntaba". Petra no pudo seguir  sola con el circo  y  vendió la carpa, y poco a poco salió de tableros, animales, utilería, trapecios, etc y regresó con una nieta a Villa de Cura..
La Juanita Aponte que yo conocí en los lejanos días de muchacho, la describo como una mujer buena moza, bien vestida, servicial, excelente amiga. Acaso porque mi mamá le cocía y hacía los vestidos.  Una vida llena de sacrificios, itinerante, nada fácil. Su vivienda en La Villa es una casa que ahora posee puerta de rejas, pero siempre abierta para cualquiera que desea visitarla.
No es necesario tocar. Uno saluda sin miedo desde el portal y  cuando  entra, la primera que te contesta  ¡Buenas!, es la señora Petra, con su ronca y perceptible voz. Mucha lucidez en su mente para recordar un gran inventario de vivencias.
Antes de salir de la casa me pregunta si  soy Masón y expresa que su esposo Oscar Castro Pérez, perteneció a la masonería, donde alcanzó el máximo grado de  Maestro grado 33. "Por ahí en un baúl tengo guardado su ropa de reparto en las funciones, fotos y todas sus pertenencias".
Y luego se quedó pensativa, y sin pronunciar palabra me señala con el  dedo índice hacia la pared, para que observara el único reconocimiento hasta ahora recibido en  Villa de Cura, una cartulina montada en vidrio  que en 2015 le fue otorgada por el “Parque de Recreación Niño Simón”. 
Cuando ponía punto final a la entrevista, las lágrimas se evaporan entre los surcos de sus arrugas, se queda pensando un rato y remacha con insistencia en la memoria el nombre de su esposo  Oscar Castro y  la mención  de sus dos inolvidables  hijas Petra y Erlinda, una tragedia que vive siempre en su  recuerdo. Y antes de despedirnos  haciendo contacto con el puño me dijo que se sentía bien espiritualmente, y que las tardes de Villa de Cura son muy hermosas.



Oscar Carrasquel.  La Villa de San Luis, junio de 2017







FUENTES

Entrevista a Petra Aponte en su casa de la calle doctor Manzo:
Testimonio oral de su nieta Janet Sabina Castro.
O. Carrasquel/ El Vigía numero 154/año 2000
Coleccionista y poeta Elio Martínez (Infinitas gracias)
Gráficas del álbum familiar.
Diagramciòn profesora Marìa Teresa Fuenmayor.





   Petra con sus dos hijas en el circo. Foto vendida entre el público
Petra en una posición de equilibrio.


 Oscar Castro Pérez 

COMENTARIOS:

Zuleima Hernandez Que Dios la bendiga y que disfrute de muy buena salud

jueves, 8 de junio de 2017

PADRE SALVADOR RODRIGO EN SUS BODAS DE ORO SACERDOTALES




       


       PADRE SALVADOR

Por Oscar Carrasquel


Vino de allende los mares,
de Caseda
pequeña aldea española

Hacen ya 50 años
arribó a esta citadina Villa

El Padre Rodrigo Salvador,
ya es un hijo de este lado
de América.

Cinco décadas 
de armadura sacerdotal.
Con nobleza su labor 
ya satisfizo el padre Salvador 

Cometido que hace años
desde los cielos
Dios le encomendó
para proclamar 
su mensaje de salvación

En su tierra peninsular
comenzó su misionera labor,
y Villa de Cura,
el último bastión escogido
por nuestro Señor.

Director y arreglista  musical.  
El coro “Niños Cantores de Villa de Cura”
fue su bienhechora obra 
para nunca este pueblo olvidar  

Como Diácono, 
llanamente figura 
en los cánones de la romana Iglesia

Yo como devoto de su religión 
con este cántico lo vengo homenajear

Con el beneplácito de nuestro  Redentor 
como digna alegoría a su realización
hoy le coloco el solideo de “Monseñor”.

¡Felicitaciones pues,
 patriarca Rodrigo Salvador!
Jamás mi canto estará  
repleto de tanta devoción.

Que Dios desde las alturas
le de su bendición.



La Villa de San Luis, junio de 2018
(reeditado corregido)


lunes, 5 de junio de 2017

DON VÍCTOR ROJAS "WASHINGTON" DE LOS FUNDADORES DEL BARRIO LAS TABLITAS.



Don Víctor Rojas. Para algunos "Mastro Victor y "Washington" para sus amigos.



Por  Oscar  Carrasquel



Víctor Manuel Rojas Esaà, siendo todavía un muchacho soñador conoció aquella vieja Villa de Cura, desolada, tranquila y pastoril, de calles enripiadas, sin energía eléctrica, cero acueducto, de primeras décadas del siglo xx. Fue un hombre de pueblo, trabajador incansable, padre de familia. Aunque no era nativo de Villa Cura, sin embargo era muy conocido en el barrio Las Tablitas; donde luchó al lado de su familia buscando un mejor destino. Fue testigo del nacimiento de esta populosa barriada y por tanto uno de sus más antiguos pobladores.

Víctor Manuel vino al mundo en la ciudad de Valencia finalizando el siglo xix, en el gobierno del general Cipriano Castro. Sus padres fueron María de Jesús Esaà y Federico Rojas, oriundos y vecinos de la capital carabobeña. Desde muy joven llegó y se radicó en Villa de Cura, sin saber que acá  se sembraría para siempre..

Víctor Rojas Esaà, se casó en Villa de Cura con la villacurana Rosa Margarita Picot, tuvieron cinco hijos, dos hembras y tres varones, después la familia se prolongó en nietos y bisnietos; todos sus hijos a quien la pareja les brindó todo su protección y abrigo nacieron en Villa de Cura, fueron ellos: Guillermina, María Marcelina -a quien se conoció siempre como  “doña chela-; Martin Emiliano, Julián y Eustoquio Jorge.

Víctor Manuel, fue un hombre caballeroso, escrupuloso, pulcro, acostumbrado a vestir pantalones de lino bien aplanchados y blusa abierta de arriba hasta abajo, zapatos negros hechos a mano y sombrero marca “Cabaliero”, ala corta, distribuido por la "La Tienda de Cuadros". Don Víctor siendo un joven veinteañero, en las tardes sabatinas se le veía por la calle vestido de liquilique  de lino blanco  impregnado de la parisina fragancia Jean María Farine, luciendo  sobre su cabeza una  “camarita”, de las que usa el grupo musical “Los Antaños del Stadium”... "Magallanero hasta la muerte".

Ya entrado en años en la década de los años 50 y 60  vivió siempre atrincherado en su trabajo, pero también era bohemio por naturaleza,. además vivió envuelto en una ilusión y el deseo de que algún día  conocería a la capital de los Estados Unidos. .Por eso VMR le puso ese sobrenombre. Uno lo encontraba en la calle y lo saludaba con esa especie de piropo ¡"Washington" ¡ y el enseguida repicaba  ¡"Washington"!.  

El oficio primordial que desempeñó en el transcurso de su vida es bastante viejo y tradicional en Villa de Cura... "Mastro Víctor" también le decían a este laborioso talabartero de larga experiencia,  nunca se quejó de que estaba cansado, dedicado todos los días a la fabricación artesanal de fustes de madera, en aquellos días cuando la economía de nuestro pueblo era muy precaria, y escaseaban las fuentes de trabajo.

Por todos es sabido  que el  fuste, es una pieza esencial del armazón de una silla de montar caballo, es como decir su espina dorsal.  Nuestro pueblo  es muy conocido en todo el ámbito nacional porque acá se hacen las mejores sillas de montar a caballo y aperos en toda Venezuela, lo que nos debe llenar de complacencia y orgullo. Poetas, cronistas y compositores de música llanera se han ocupado de recoger este criterio en sus composiciones literarias y musicales

Pero antes de ser carpintero de fustes Don Víctor tuvo otra ocupación primordial, trabajó la herrería y la mecánica de autos en el taller  de  Don José Manuel Albert, que fue casado con doña Trina Linero Delgado, quien tenía su taller por los lados de “La Jabonera” en la antigua calle “El ganado”, hoy Avenida Lisandro Hernández.

Cortando y escofinando rolas y trozos de madera a mano conocimos al afable Víctor Rojas en la carpintería de Don Hermógenes Rodríguez, en la calle Páez cruce con Doctor Manzo; desde entonces sus manos se volvieron  ásperas y callosas. Sus  compañeros que laboraron junto con él, no le llamaban “Washington”, sino “Mastro Víctor”, por respeto. La vida le dio la oportunidad de tener allí como nobles compañeros de trabajo a  Félix González apodado “El Niño”; Antonio Isaya a quien le decían “El Mono”, a Miguel Ascanio y a don Hermógenes;  agréguese a  don Luis Albert, un catire descendiente de inmigrantes, muy conocido porque siempre andaba metido en un flux de gabardina de color beis, incluso cuando estaba labrando madera frente a su banco de trabajo, como que iba para el Club..

La técnica y reciedumbre de su labor la desarrolló también en la talabartería “Venezuela”, fundada por el conocido empresario Reinaldo Silvera, en pleno centro de la comunidad de “Las Tablitas”, una factoría reconocida, no solo en el territorio nacional sino fuera de sus fronteras, ya que sus productos fueron comercializados para el extranjero.

Su largo transitar por donde se paseó en la vida estuvo lleno de anécdota,. “Washington”  era un hombre optimista y de buen carácter,. era un hombre que quería a la vida  Nunca sufrió de complejos, ni tampoco le paraba a aquello que dice que “Muchacha no quiere a viejo”;.  Le gustaba visitar cantinas atendidas por mesoneras.. En sus días libres y los fines de semana  frecuentaba el conocido “Bar Deportivo” de Pompilio Martínez, el más concurrido del barrio “La Represa”. Él sabía de memoria que entrar a este bar  era encontrarse con una rockola con un inventario de boleros  de los años 50 y 60.

Hubo un tiempo  que la  rokola tocaba 5 discos por un bolívar, la música preferida eran los tangos, pero también se complacía escuchando temas románticos interpretados por el Trío los Panchos, Daniel Santos, Odilio González  y Julio Jaramillo. No pude averiguar la razón, pero me consta que la canción que más le hacía feliz era un bolero titulado “Una Copa más”, en la voz del bolerista dominicano Alberto Beltrán, con el acompañamiento de la Sonora Matancera. 

Quiero recordar una anécdota y me perdonan sus nietos, el maestro Víctor en el fondo de la noche, cuando todo quedaba en silencio le introducía un bolívar a la rokola para remarcar cinco veces seguidas el bolero “Una Copa más”. : 
“Muchachos escuchen… su papá está en el botiquín de Pompilio", decía doña Margarita. De dos manotazo abría las portezuelas batientes de la cantina de Pompilio y se venía por el medio de la calle con su perorata: “Washington, la gran capital”, como sumido en un mundo construido a su medida.

Hubo un momento que don Víctor ya apaciguado por los años tuvo necesidad de dejar a un lado la fuente primaria de su labor y se fue acercando a la repostería. Me refiere su nieto Elio Agraz que su abuelo marcó pauta en la elaboración y venta de la popular jalea de mango verde, cuyo conocimiento y técnica heredó de antiguos maestros entroncados en la misma familia. Todavía se recuerda que en los  barrios Las Tablitas y La Represa vendía el tradicional dulce que fue de mucha demanda en esa época.
 
El señor Víctor el popular  “Washington”, fue un hombre de figura campechana, respetado por todos, desprovisto de vanidades. Gracias a Dios me conté entre sus amigos. El 05 de julio de 1971 la muerte con su guadaña le llegó en la noche, de manera repentina, le llevó la vida, lo único que el viejo artesano poseía. 

No sé porqué, pero mi alma hoy amaneció evocando a este gran amigo, poseedor de varias facetas, familiero, francote, bohemio, ronero de la marca Santa Teresa (que no era ningún defecto), Honesto a toda prueba y trabajador, quien se marchó a la eternidad sin haber visto cumplido su sueño de conocer a la gran capital  de los Estados Unidos, a la que tanto alabó y cuya sola mención lo llenaba de satisfacción y alegría. El epígrafe en su tumba de silencio debería rezar: “Aquí yace Víctor Rojas el popular “Wanshigton”.




Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, octubre 2017