jueves, 22 de noviembre de 2018

HISTORIA DE LA LOCA AMPARO

HISTORIA DE LA LOCA AMPARO
La Loca Amparo. Tal como se la vió el ingenio del pintor villacurano Fernando Olivo


Por Oscar Carrasquel



La cruz que llevaba a cuestas la pobre Amparo era una cruz pequeña, pero era una cruz  pesada de verdad y de   profundo dolor humano. Desde cuando yo era un muchacho  tuve conocimiento en Villa de Cura de la llamada Loca Amparo. De eso hace muchísimo tiempo, sin embargo hoy la traigo a esta columna como una reminiscencia del ayer.

Todos los días, menos el domingo, porque yo tenía que jugar pelota para defender a mi equipo, la veía deambular por la calle Blanca (hoy Miranda). Con su caminar despacito, sollozando por la acera, caminando pegadita a la pared, igual como se resbalan las sombras de los cerros en los atardeceres villacuranos. Entonces era una mujer flacucha de regular estatura, ya entrada en años.

De doña Amparo no se sabe cuando llegó al pueblo, tal vez venida de un lugar lejano, quizá de la mano de algún peregrino. Hay quien dice que era oriunda de San Juan de los Morros..Uno de estos días se me acercó alguien de mi confianza que la conoció  y me dijo que era nativa de Villa de Cura. Creyó ella que refugiarse en este rincón aragüeño la hacía feliz.

Amparo era una persona disminuida de la razón, trastornada de la mente, pero no sufría de esquizofrenia absoluta, nunca ejercía violencia contra la propiedad ni las personas. De su mente enfermiza brotaban cosas normales de la vida cotidiana. Le encantaba ver a los niños cuando jugaban al regresar del colegio. Aunque los niños por su aspecto famélico le huían, más por grima que por miedo. En un tiempo le seguía los pasos  un perrito callejero como una mascota que la acompañaba todo el tiempo lamiéndose los fustanes. 

Por lo general estos que llaman "loco" son personajes folclóricos  que rondan en la vida de los pueblos con pasos lastimeros sin que nadie se apiade de ellos, derrotados; pero en resumidas cuentas son constructores  de pequeñas historias. Amparo era una mujer de vestir andrajoso, pero siempre andaba cubierta, vestida completa, bien protegido su cuerpo, jamás buscó coger carretera o refugiarse en parajes retirados. No daba muestras de ser loca.Se quedaba mirando a las personas en la calle y dibujaba una sonrisa triste en su rostro de larga penumbra.. Hubo un día que alguien puso sobre su cabellera despeinada un sombrerito de fieltro que se lo tumbaba el viento, o envuelta en una bufanda que se colocaba sobre su cabeza en forma de velo, tal vez mirando a las señoras que pasaban para la Iglesia..

De los días cuando era joven y buena moza le quedó un par de aretes cobrizos que le colgaban del pabellón de las orejas. Siempre vestía un largo camisón de crehuela unicolor (rosado o negro) que le llegaba hasta los tobillos, mugriento e impregnado de mal olor. Algunas mechas de su pelo cano y descuidado le caían al lado izquierdo de su frente. Las señoras que salían para misa le regalaban flores naturales que ella colocaba sobre su pelo y disfrutaba con su color y perfume.

Amparo mostraba una extraña fantasía. Sobre su lado izquierdo sostenía una figura hecha de trapos envuelto en una cobija que abrigaba y arrullaba como una madre apegada a su único hijo, y hasta le tarareaba canciones de cuna. Sobra tiempo para entender que el destino la convirtió en  una mujer desamparada como un ave errante, pero lo cierto es que no aguantaba lluvia, ni sol, ni soportaba las tardes villacuranas visitadas por ventoleras.



Amparo. Ilustración del reconocido artista villlacurano Fernando Olivo

Se refugiaba para descansar detrás del ante-portón de los caserones de zaguán de la gente más acomodada, con su portón siempre abierto a los rayitos de  sol y a la brisa. Frecuentaba en tres cuadras el zaguán de casas de familias donde encontraba refugio, aquello era como su tabla de salvación...Cuando la mañana se hacía clara entonces ganaba de nuevo la calle.

En una mano sostenía un pocillo de peltre y un pedazo de totuma que usaba como cuchara,. alargaba la mano y lo entregaba a través de una ventanilla  del ante-portón en las casas  donde se había ganado la confianza, el cual le era devuelto por la dueña con una ración de comida. Muchas veces la gente de bien le regalaba vestidos de medio uso y zapatillas de tacones altos.

Hablaba despacito consigo mismo, con gemir lastimero como si sus palabras le salieran del alma,  de cosas que le vinieran a su mente enfermiza. De algo grave que le había ocurrido a su vida, tal vez sobre el sueño de un amor impuro. No le faltaba bailando entre sus dedos un tocón de lápiz de grafito, o un trozo de tiza blanca con el cual dibujaba figuritas y colocaba mensajes indescifrables en las paredes como trazando el hilo de su vida, inventando palabras que pareciera que le alegraban el alma. O de repente buscaba trazar el rostro de aquel amor que lastimó su existencia.

Por años, Amparo fue burla de algunas personas mayores y de muchachos realengos que, seguramente, ignoraban su tragedia, sus fragilidades y sufrimientos. Como las hojas secas que se desprenden de los arboles en otoño así era su vida.

Se contaba en conversaciones de personas mayores que la pérdida parcial de su mente se debió a un desengaño amoroso, cuyo sufrimiento fue progresando cuando le fue arrancado de sus brazos su primer y único hijo producto de su inicio conyugal, cayendo en un mutismo y un desconsuelo interminable que le hicieron perder la razón y por supuesto las alegrías, suficiente para que le fuera agregado el cognomento de "loca".

Así anduvo en un ir y venir, mañanas y tardes en las décadas 50 y 60, por dos céntricas calles de  Villa de Cura,  (calles Miranda y  Bolívar) arrastrando su tragedia, pernoctando en zaguanes, reposando y durmiendo sobre pisos frescos de cerámica, hasta que el tiempo la convirtió en anciana.

Su cuerpo de tanto andar se fue volviendo enflaquecido y pesaroso,  ya casi no veía ni oía, hasta que un día de claro amanecer villacurano, poco a poco se fue quedando dormida en los brazos de la muerte. Se dijo que fue en el albergue de ancianos del hospital Santo Domingo de las hermanas catequistas.

Según contaba la gente de nuestra, no hubo honras fúnebres,  lágrimas,  ni redobles de campanas, solo rezos breves de las hermanitas de la caridad. su cuerpo fue puesto en un cajón y conducido en el hombro por un solo  hombre hasta el cementerio de la calle Comercio. El celador del camposanto plantó sobre la pila de tierra generosa un ladrillo con un solo nombre: "AMPARO". Yo francamente creo que doña Amparo no era loca fue uno de esos seres que se ganó el cielo. Su alma descansa en paz.




            Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis, septiembre de 2017



NOTA:Ilustración de Fernando Olivo, artista plástico villacurano. Muchas gracias al amigo
 Fernando Olivo por su colaboración.

1 comentario:

  1. La locura es una cara del paisaje de un pueblo. Buena su prosa. Frida Velasquez

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