sábado, 23 de marzo de 2019

¡LA PUÑALADA!


No sé porqué en estos días estuve recordando bastante a un sitio de comida buena y barata que conocí en jurisdicción de la pintoresca población de Agua Blanca, municipio Araure, estado Portuguesa, Venezuela, a comienzo de los sesenta. Ubicada a orilla de un camino solariego que lleva a la EPA (Escuela Pràctica de Agricultura). La mujer que la regentaba se llamaba sencillamente “Fidelina”. No recuerdo bien claro si era vecina del pueblito araureño.
.
Tenía ella una venta de empanadas cerca a un campamento de trabajadores bajo la sombra de una mata de mango, camino a la Represa Las Majaguas y vendía tanto su producto que prácticamente no se daba abasto. Las empanadas tenían el valor de un bolívar con cincuenta céntimos (1.50) grandes y abombaditas y con diferentes rellenos (carne, pollo, riñonada, chiguire, queso de mano, mixtas, como el cliente la exigiera). Aún cuando alguien las encontraba cara, la mayoría buscaba a comer para casa de Fidelina.
Yo, como me la hecho de indagador de las cosas sencillas y testigo de otras de la vida se me ocurrió preguntarle un día  a la doña; cuál era el secreto para la elaboración de tan ricas empanadas; y el nombre de aquel puesto de comida, a lo que ella me respondió que, como podía observar se trata de un pobre ventorrillo que no necesita publicidad y menos bautizarlo con un nombre.
Pero como nunca faltan las cosas casuales en la vida, entre aquel grupo de comensales llegaba siempre un joven experto en la conducción  de màquinas Caterpillar, tractorista, caraqueño, guasón, que traìa de la Capital el sobrenombre de “Superloco”; muy echador de broma, parecía un niño eterno. Iba todos los días a comer, aunque contrariado y rezongón. Casi siempre que llegaba tenía la costumbre de hartarse cuatro empanadas, un vaso de jugo de naranja y un café. Todo el mundo sabía de la sarcástica actitud cuando el caraqueño le tocaba pedir la cuenta de lo consumido:
--¡Dame Fidelina, la puñalada!
--¡Son seis bolívares y cincuenta céntimos! Le respondía la catira
Lo que quería contar es que una media mañana dominical que yo iba para el pueblo, me paro en la venta de comida, y vi un aviso que relumbraba con el sol en el patio, una inscripción en letras grandotas donde se leía el nombre de la venta de empanadas:
                                                                ¡LA PUÑALADA!
Hoy amanecí recordando la buena sazón de la comida de Fidelina y las diabluras de “Superloco”, y con un gesto nostálgico por el gran valor que poseía nuestra antiguo signo monetario; rememorando aquel día que me atreví preguntarle a la noble mujer por el nombre de su negocio y ella me contestó que aun no lo tenía.

  Araure, Portuguesa, Venezuela, agosto de 2018

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Deja tu huella en este blog con tu comentario.