Villa de Cura
Estado Aragua
Por Oscar Carrasquel
El personaje que describimos en esta oportunidad fue una mujer con infinitud de virtudes por los servicios que prestaba, sencilla, bondadosa, de gran valor humano. Nació y vivió todo el tiempo en la parroquia Las Mercedes donde toda su vida disfrutó de sus lindos atardeceres, dotada por la voluntad y misericordia de Dios de facultades naturales para tratar malestares en los humanos, muchas veces difíciles de curar hasta por los mismos médicos de buenas universidades.
Enfermedades nada extrañas en la población urbana y rural de mediados del siglo XX, tales como erisipelas, tortícolis, culebrillas o herpes, inflamaciones, mal de ojo en niños y descomposturas musculares, tendían a desaparecer cuando llegaban a las manos de esta humilde mujer que desde tierna edad estuvo dedicada a la curación de estos males, los cuales no encontraban rápida solución en un hospital o en el consultorio médico particular.
La niña Carmen Colmenares debió ser una de las últimas personas en curar y aliviar con métodos naturales y espirituales que quedaba rezagada en toda Villa de Cura.
Recuerdo que una vez le tocó darme una sobada en un músculo falseado, para lo cual le bastó ofrendar un rezo, con una ramita de romero en la mano, y una velita de sebo encendida apretada entre sus dedos. Sorprendido la mirába yo en su rutina, retorciéndome en una silla de mimbre.
¿Señorita, a usted podríamos llamarla "Curandera"?, nos atrevimos a preguntarle.
-Nooo, yo no curo, quien sana es Dios.
Recuerdo que una vez le tocó darme una sobada en un músculo falseado, para lo cual le bastó ofrendar un rezo, con una ramita de romero en la mano, y una velita de sebo encendida apretada entre sus dedos. Sorprendido la mirába yo en su rutina, retorciéndome en una silla de mimbre.
¿Señorita, a usted podríamos llamarla "Curandera"?, nos atrevimos a preguntarle.
-Nooo, yo no curo, quien sana es Dios.
Carmen Colmenares fue una mujer que brotó de las entrañas de estas tierras próximas al hermoso Valle de Tucutunemo. Ella fue una mujer de las más respetadas y queridas de la colectividad de Las Mercedes, con una existencia plena de servicio y entrega generosa a sus semejantes.
Las Mercedes de antaño fue una vecindad pequeña. Sin embargo, a partir del siglo XIX que se construye su Iglesia, se convierte en una floreciente Parroquia, patrimonial hoy de la jurisdicción territorial del municipio Ezequiel Zamora del Estado Aragua.
Muchos se atreven a decir y no está ofendiendo a nadie que esta primigenia Parroquia del municipio Zamora, nunca ha poseído la atención y el progreso que se merece, si tomamos en cuenta que el Valle de Tucutunemo fue uno de los sectores de mayor fertilidad para la producción agrícola del municipio. Puede observarse hoy con sus servicios públicos en decadencia y calles abandonadas llenas de huecos. No hay quien ordene el arreglo y pavimentación de sus vías. No podemos olvidar que todas sus tierras cercanas al río, en un tiempo eran abundantes en materia prima para la elaboración de artesanía, tejas, ladrillos y terracotas, elementos esenciales para la construcción de viviendas. No era raro ver entonces en los solares de las casas de Las Mercedes de otra época, fogones de leña y hornos ardiendo todo el día para la quema de arcilla proveniente del río Tucutunemo, de sus playas y taludes.
Carmen fue siempre una mujer de hogar, de raíces y costumbres rurales, en este ambiente creció con los trabajos de adentro que le encomendaban sus padres y los diversos altibajos y circunstancias, pero siempre con voluntad de servicio a favor de la gente, cuestión que la comunidad de las Mercedes ha sabido agradecer, reconocer y respetar.
Tratar una dolencia, aliviar, curar y ensalmar males de salud no era fácil tarea, pero fue el destino de aquella muchacha que correteaba por el curso del río Tucutunemo, buscando en sus corrientes las pozas que sirvieran para lavar los trapos y realizar sus menesteres domésticos en su limpio caudal y disfrutar de eventuales de zambullidas en sus aguas.
La niña Carmen en esa oportunidad me contó que su mamá, adicionalmente, le enseñó la práctica de la repostería, a la confección de dulces tradicionales; y ella misma aprendió la fabricación de ramos y coronas que también surgieron como expresión laboral de su profunda humildad, en busca de ayudar el sustento de la casa y compartirla con otras personas desvalidas de pan; pero sin apartarse de las bondades derivadas de las plantas con una efectividad que convencía.
Si algo distinguía la personalidad de esta dama era su gran sensibilidad por la humanidad y su acendrado amor por la Iglesia de Cristo. El sentir lo que era la solidaridad y lo que vale un amigo y un buen vecino. Entonces daba gusto oírla pronunciar aquella lacónica y acostumbrada frase que aún resuena en nuestro oídos:
-“Ponga ahí en su libreta que aquí en este barrio nací y aquí me quedo”, como en efecto ocurrió. Falleció acá en Las Mercedes el 7 de febrero de 2015, había alcanzado 94 años de edad.
-“Ponga ahí en su libreta que aquí en este barrio nací y aquí me quedo”, como en efecto ocurrió. Falleció acá en Las Mercedes el 7 de febrero de 2015, había alcanzado 94 años de edad.
No es exageración afirmar que hoy, con el aprieto de salud que estamos viviendo los venezolanos, cuando ahora no es posible conseguir en las farmacias ni un simple sobrecito de aspirina, es cuando a estos conglomerados humanos les hace falta personas como la niña Carmen Colmenares. Necio sería negar su gran importancia y su utilidad en la comunidad.
Hoy, pasado algún tiempo una hija consentida de crianza llamada Belkis Colmenares que amablemente nos recibió en su casa de Las Mercedes, conversamos en el patio lleno de matas de guásimo y mamón y me mostró el álbum familiar, igual como un gran corazón de inolvidables recuerdos. Ella tuvo la suerte de ser encomendada por su madre para continuar su labor y aventajaría si era posible, ya comienza a trasmitir su ejemplo.
Oscar Carrasquel
La Villa de San Luis, 14 de junio de 2017.
COMENTARIOS
Aleyda Garcia Que bella!! Que Dios la tenga en su gloria !!
Como recuerdo su casa y sus tortas cada vez que podía estar en sus elaboraciones de tortas perdía la cuenta de como metía los dedos para comer melado y sus polvorosas cualquier cantidad de dulces allí estaba yo comiendo ...una gran mujer era también la rezandera de la comunidad... Me gustaba también cuando hacia flores y coronas era muy laboriosa me gustaba estar en su casa. Y tomar agua de su tinajero era muy divertido...tengo tantos recuerdos de ella que duraría un día entero escribiendo de mis vivencias en su casa ...me alegra este articulo una bonita manera de recordarla
ResponderBorrar