miércoles, 14 de febrero de 2018

A QUE SE LLAMÓ "DARLE EL PALO A LA LÁMPARA" EN EL JOROPO ARAGÜEÑO.



A la educadora Leticia Córdova, afectuosamente.



                                                                                                                       Por Oscar Carrasquel
                                                                                                        
Cuando yo estaba pequeño cruzando la edad escolar se escuchaba contar muchas historias entre las personas mayores de nuestro entorno que iban y regresaban de  un baile de joropo. Se oía contar sobre las acostumbradas incidencias entre bailadores de joropo, entre ello el famoso "Palo a la lámpara"; cuyos jolgorios  se celebraban los fines de semana en el pueblo de Villa de Cura y sus inmediaciones.  "Joropo Aragüeño"  se  denominaba hace seis décadas a este género musical autóctono, antes que recibiera la denominación de  “Música Central”, como ahora se ha generalizado su nombre. 
Aquellos bailes se cometían en particular cualquier fin de semana (a  mitad del siglo xx) en diversos sectores urbanos, en una casa de familia del centro poblado y sobre todo en las orillas, en Las Mercedes Los Colorados, La Represa; en la ruralidad de  Malpica del Toro, El Pao de Zarate,  El Cortijo, Santa Rosa del Sur, San Francisco de Asís y en otros sitios, con la intervención de los más reconocidos arpistas, cantadores y bailadores de joropo de la época. 
Pero sobre todo, llamaba la atención un  incidente que era muy común  en el avance de aquellos bailes; hasta  se solía afirmar que, no se podía hablar de fiesta de joropo, si no se daba en su transcurso ese histórico evento llamado por la cultura popular “El palo a la lámpara”; hoy en día prácticamente extinguida esta vieja y fraternal costumbre.  
Lo cierto es que la lámpara aludida es un artefacto rústico de fabricación artesanal, usado en nuestras casas de campo donde no llegaba la energía eléctrica, funcionaba con agua y carburo, cuya invención data de finales del siglo XIX. Las había también a base de kerosén. La lámpara produce un candil para largas horas de duración, y la luz es mas brillante que la de corriente eléctrica. En los bailes de joropo la colocaban sobre una mesa para que iluminara a los músicos y a los bailadores.
El hecho en verdad surgía de una persona que por alguna razón decidía darle un foetazo a la lámpara, o bajo algún pretexto le daba un punta pie a la mesa donde se encontraba encaramado el artefacto, con el fin de que la sala de baile quedara en tinieblas, o a media luz, lo que aportaba como consecuencia la interrupción de la fiesta. Se producía entonces entre bailadores lo que llama la tradición una  "sampablera", una especie de cayapa, hasta el punto que era imposible saber a quién iban dirigidos los garrotazos o puñetazos limpios, mucho menos de quien se recibían. Aunque muchas veces la situación podía variar, y si no pasaba a mayores el baile seguía su furor hasta las horas del amanecer.
En aquellos tiempos en nuestros campos y también en el contorno de la población, era rutina que la fiebre de una fiesta de joropo durara  tres días continuos, y lo más común y corriente es que se interrumpiera el baile, de vez en cuando, por el famoso "palo a la lámpara", lo cual era ya como un hermoso pasatiempo, trayendo como consecuencia, como apuntamos anteriormente, una trifulca de marca mayor, protagonizada por la mayoría de los asistentes, por motivaciones fútiles, pero sin consecuencia graves que lamentar.
Acontecía lo que me contaba el viejo cantador y mejor bailador de joropo que hemos conocido Juan José Vargas Castillo, Se daba, entre otros motivos, porque uno de los cantadores refrescaba viejas pugnas de carácter personal, entonces se lanzaban “puntas” cuando uno de los rivales revolvía los capachos al pie del arpa  a punta de versos improvisados.  Surgía también el pleito por cuestiones del amor y viejas rencillas, pero también a causa del desaire de una dama a uno de los asistentes; igualmente por el pedimento  de un cambio de pareja sin recibir repuesta afirmativa.  Cuando el agua se aclaraba y terminaba la pelea, todos terminaban llamándose "compadres",  "cuñao" o "primo"; y hasta se sentaban a compartir la misma mesa  a degustar un sabroso sancocho de gallina de corral.
Tiempo después, un viejo amigo criado en la hacienda La Violeta en Santa Rosa del Sur, que le hice alusión del asunto,  conversando sentados en un banco de la plaza Miranda, me dijo de manera supersticiosa que, algunas veces el enfrentamiento en un baile de joropo se generaba por la ocurrencia de algún despechado que para poner fin a la fiesta, ataba dos grandes sapos, barriga con barriga, y los lanzaba sobre el tejado de zinc, de manera que cuando los batracios comenzaban a luchar para desatarse, era seguro que comenzaba una refriega de marca mayor, protagonizada entre los bailadores. Esta especie después se convirtió en leyenda.
En los tiempos que corren está extinguido esa vieja costumbre de dar “El palo a lámpara” y otros hechos de agravios en las fiestas de Joropo Central; los bailes ahora se desarrollan y finalizan con la más absoluta normalidad y armonía. Ahora lo que hay que temer es a la inseguridad personal a la salida de la fiesta. 
¿Cual es el modo normal de terminar un baile de joropo?... Solía finalizar, según me indicó el promotor cultural y poeta José Manuel Valera, con la interpretación del tema  "Los Caramelos", para despedir el jolgorio.. El arpista desplaza lentamente el instrumento sin interrumpir la música, mientras arpa, maracas y buche, marcan la retirada hacia la puerta de salida. Semejante a como sucede en los bailes de música popular con el  "Alma Llanera", cuya pieza  se toca exactamente para finaliza una fiesta. 
Un aciago día en la casa de don Pedro Pérez Agraz en la calle Comercio, sector Las Tablitas de Villa, de Cura, donde  se celebraba un baile de joropo ocurrió la muerte de la bailadora de joropo Juana Méndez. No fue a causa de “El Palo a la lámpara”, sino en circunstancias naturales. Tocaba el arpa aragüeña el maestro Salvador Rodríguez, cantaba el señor Quintín Duarte. Aquel suceso quedó como una huella muy triste en el sentimiento popular.
Ya para la media noche sucumbió la señora Juana Méndez, de fuente confiable supimos que bailaba con nuestro amigo Vinicio Jaén... El poeta Vinicio, a quien conocí bastante, un hombre culto y de amable trato, nunca  sabía decir que no, a la hora de echar un pie en una parranda...La crónica oral  suele describir a esta gentil dama como comadrona, curandera, rezandera, y al mismo tiempo, yunta de baile donde quiera que sonara un “Joropo Aragüeño”. La negra era una persona mayor pero supimos de su humildad y sabiduría. Éramos  vecinos, ella por la calle Páez y nosotros por la Comercio, de empalizada por medio, fue junto con su hermana Encarnación de las antiguas fundadoras del barrio Las Tablitas de Villa de Cura. Que en paz descansen.


  Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis, septiembre de 2018














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