miércoles, 18 de septiembre de 2019

"EL NIÑO" EDGARD MACERO RETRATO DE UN GRAN PERSONAJE DE ESTA VILLA DE SAN LUIS DE CURA








"EL NIÑO" EDGAR MACERO RETRATO DE UN PERSONAJE DE ESTA VILLA DE SAN LUIS DE CURA

                                                                       Por Oscar Carrasquel

Hoy tenemos la grata satisfacción de traer a nuestra página una parte sustancial de la vida de este popular personaje villacurano querido por todos, quien por sus vivencias y sus oficios de intelectual, chofer de camión y de sastre, fue muy conocido en toda la  Villa de San Luís en las décadas de los años 40,50 y 60. Edgard Macero  era el nombre de pila de “El Niño Edgard”. En esta ciudad nació y fue creciendo en compañía de sus éxitos y derrotas, con sus altas y bajas.

Edgard Macero abrió sus ojos al mundo en Villa de Cura en 1924, era hijo natural de un hombre útil y muy famoso de nombre Leopoldo Tosta Alfonzo...  Leopoldo Tosta  fue un estudiante universitario avanzado, ejerció la medicina clínica como un sacerdocio, fue como un tropero porque hasta los campos llevaba  sobre el lomo de una mula atención médica y remedios para cuidar y curar enfermos. Hoy día su nombre es epónimo de una Unidad Educativa Nacional y una céntrica calle villacurana.

La madre del “Niño” Macero se llamaba doña Ernestina Macero, hermana de don Ramón Macero, natural de San Sebastian de los Reyes, también de oficio camionero, cabeza de una familia muy apreciada y querida en Villa de Cura. Fueron en total tres hermanos: El “Niño Edgard”, Ernestina “Minina” y Aracelis Macero.

Su padre Leopoldo Tosta, era muy cariñoso con sus hijos, cuando eran niños los sacaba siempre de paseos elementales en las tardes apacibles conduciendo un carrito Ford modelo clásico 1948, les daba vueltas por el centro y el sector La Alameda Crespo y los paseaba por los límites de la sabana.

Edgard terminó su primaria elemental en la tradicional escuela Arístides Rojas de Villa de Cura con maestros respetados y queridos. Estudiar secundaria en esos tiempos que no había liceo en el pueblo era complejo, sin embargo pudo estudiar hasta cuarto año de bachillerato en el Liceo Agustín Codazzi de Maracay.

Al lado de un distinguido sastre en La Villa llamado don Plácido García, el padre de un amigo, del Negro José Nuñez, aprendió y ejerció muchos años el arte de la sastrería. No era extraño verlo entonces, corrigendo tallas, trazando y cortando telas de casimir inglés en un mesón de madera y cosiendo trajes a la medida sentado frente a una máquina de coser. En tiempos pasados la sastrería tuvo un auge tremendo en Venezuela. En La Villa había muy buenos sastres.
 
Chofer de un camión fue su nueva profesión...  “TRAGEDIA” de autor anónimo fue un sobrenombre que nunca se quitó; se lo ganó él mismo, porque en todas partes con una paciencia excepcional montaba un improvisado taller mecánico, corrigiendo fallas mecánicas a un legendario camión Ford 600, V-8, de barandas y parafangos que se movìan como dos alas, modelo 1946, el cual le servía como medio para desempeñar toda clase de labor. Algunos desalmados que pasaban se retan de su desgracia.

Y era además, porque el camión parecía que estaba encantado, nunca encendía por el suiche de ignición, como la mayoría de los vehículos a motor,  sino que Edgard lo prendía poniendo a girar el motor dándole vueltas hábilmente a una manilla por el frente, lo que todo el mundo en la calle veía como una verdadera tragedia, de allí su apodo de "Tragedia", de lo que casi nadie escapaba del grupo de bochincheros.

Edgard Macero era un hombre flaco, honesto, tenía cara de niño, medio encorvado, no ostentoso pero vestía bien, la moda en la época era usar pantalones tubito y zapatos relucientes de dos tonos, Muy educado, refinado. Hay que resaltar lo expresado por su hijo Leopoldo que, su padre tuvo renombre como un joven bien parecido y de mil amoríos.  "Pachuco" o "Patiquìn" nombraban a estos seres en décadas pasadas porque gozaban de alta atracción entre las muchachas de la época. 

Ese anciano camión Ford era su soporte económico donde se ganaba la vida, recorría con la unidad el pueblo de La Villa de punta a punta. Era genuino para todo, iluminaba caminos. De golpe estaba con cada brisa que se detenía en la parroquia Las Mercedes, en Aragüita o en Los Colorados. Le gustaba alejarse del centro, su círculo de reunión más importante era la parroquia Nuestra Señora de Las Mercedes. Allá se sembró entre su gente, conoce y se relaciona con la  familia de la que fue su esposa.

Se dedicaba en cualquier día de la semana a transportar enseres de mudanzas, botar escombros y cachivaches viejos, a cambio de pocos centavos,  si la persona era conocida y de pocos recursos lo hacía de gratis, aunque también  hacia mudanzas a familias de alcurnia. Siempre traía algo de dinero en los bolsillos producto de su labor para su sustento y ayudar a su familia en el sostenimiento del hogar. 

Por las calles principales de la Villa, diariamente se veía transitar este vehículo con su natural runruneo...  “Camastrón”, así lo bautizó el propio dueño al viejo camión, el cual era como una especie de familia, la propiedad más importante, sin importarle la lidia que le proporcionaban sus problemas electromecánicos.

Debajo del asiento del conductor cargaba siempre una pesada manilla. El motor con varios  manillazos rugía como una bestia brava, pero al menos prendía y lo ponía a rodar. “Estàs como una uva papaíto”, era su frase concluyente cuando iba a ocupar su puesto de conductor. Nunca cargaba ayudante de trabajo sino que se bastaba él solo para esos menesteres; numerosos eran los viajes que hacía el día a día.

Macero era un genio cultivando amistades. Poseía una fina cultura general y pensamiento, sabía dar forma a su personalidad. Se sabía de memoria como escribían, como sentían los poetas franceses vanguardistas. Como EL vivía al frente de la tipografía Morgado, fue muy amigo del poeta José Manuel Morgado, y asiduo a esas reuniones que mantuvimos en la Peña de Morgado.

Cuenta su amigo Leopoldo Guevara, maestro de escuela, pintor y poeta que, Edgar sentía una gran afición por el coleccionismo de cosas antiguas, se sabe que adquirió una moto  italiana marca DUCATI que nuca la puso a funcionar, la tenía estacionada en el jardín de la casa cubierta con un manto plástico. Después la vendió a uno de esos que ponen avisitos "Se compra moto Ducati de alta cilindrada".

Quiso Leopoldo Guevara resaltar también la ocasión que vino en campaña presidencial a Villa de Cura el doctor Arturo Uslar Pietri. Edgar lo llevó a su casa. El escritor quedó impresionado al observar en su biblioteca una vieja colección del periódico "El Cojo Ilustrado", y se la llevó el ilustre personaje después de plantearle la compra.  

Aquel hombre sencillo, cabal, nada le doblegó el entusiasmo, habitó casi toda su vida una casa propia de su madre Ernestina Macero ubicada en la calle Páez, a escasos pasos de la tienda “Cristo Rey”.Alquiló una pieza a su amigo Leopoldo Guevara quien era consentido de doña Ernestina, lo trataba y bendecía como su nieto, un joven con los mismos deseos de hacer bien a la cultura.

Aunque yo lo conocí y lo traté en demasía, porque recuerdo que fue consecuente amigo de mi padre. Para escribir esta nota tuve que  consultar a muchas personas, a don Oldman Botello, a su hijo Leopoldo Macero Alcubilla, en la ciudad de Maracay, y a su primo Carlos Julio Macero, en La Villa.

El profesor Oldman Botello,  Cronista de Villa de Cura y Maracay, me manifestó que Edgard visto en las imágenes tenía un gran parecido físico a su padre Leopoldo Tosta, Fue un estudiante aplicado,  poseyó un saber autodidacta, leía mucho, por eso ostentaba una cultura enciclopédica. Le gustaba guardar fotos, recortes de prensa referente a las letras y al arte en general y coleccionar objetos antiguos. Sentía un gusto excepcional por la música.

Edgard Macero, siendo muy joven le gustaba parrandear, divertirse, apenas obtuvo la mayoría de edad acostumbraba visitar alcobas de lupanares, sus amigos de generación me hablaron de que era perseverante en el fondo de la noche del  famoso  Night Club “La Cita”, un lugar que en 1950 existió  en el perímetro urbano salida de Villa de Cura a San Juan de los Morros, casi llegando a una bomba de gasolina. Jamás se aparto del habito de visitar este lugar, aún cuando la madre le peleaba sus rochelas.
 
Ya se lo había oído contar a él en alguna ocasión, pero un amigo suyo de mucha confianza me confirmó que muchas veces se iban al salón familiar del “Bar Savery”, un lugar de diversión con normas de buenas costumbres, donde los fines de semana se disfrutaba de música bailable en vivo, y las damas que lo frecuentaban eran de la alta sociedad. Trajeado con un flux "carne salada" de medio uso..
 
Pero llegó el día en que se terminó su vida libertina y de soltero, cuando conoció, pudo enamorar  y casó con la señora Lola Alcubilla de Macero. Del matrimonio sobrevive un solo hijo, Leopoldo Macero Alcubilla. Su esposa falleció junto con una criatura en un segundo parto.. Desde ese día su cielo se volvió cenizoso, oscuro, una verdadera tragedia.

El "Niño Edgard" vivió durante mucho tiempo al lado de su madre doña Ernestina Macero en la calle Pàez. A veces se escapaba y desayunaba o almorzaba en la pensión de Juanita Changary "La tres lunares", que le quedaba cerca.

Se le conocen también otros hijos en el transcurrir de su vida sentimental,  todos ellos se han dado un abrazo fraternal, además de Leopoldo Macero Alcubilla,  están Josefina Macero, Irma Macero, Mario Sánchez, Francisco Sànchez y Elena Utrera. Algunas vivencias fueron contados por Leopoldo, quien aprovecha para recordar que tiene muchos amigos en La Villa porque  estudió en el Liceo Alberto Smith..   

De repente la salud se quebrantó le llegó el momento en que no se puede retrasar el reloj.. El 5 de agosto de 2005 se apaga la vida de aquel hombre que derribó tantas barreras, contaba 81 años de edad. Todos sus amigos sentimos en el alma y acusamos el golpe certero de su partida, acaecida en la misma tierra que lo vio nacer, donde sembró amor y amistades. Se le terminaba el tiempo a aquel hombre querido por los diferentes estamentos de la colectividad villacurana del recién pasado siglo xx, y a  quien hoy  venimos a recordar luego de tanto silencio.

Porqué sabemos que la vida lo hacía sonreír a cada instante a pesar de todas las adversidades. El Niño Edgard, si estuviera vivo, de seguro se hubiera  sentido muy acorde que yo cerrara esta humilde crónica con un pensamiento del poeta y cantautor argentino Facundo Cabral que reza: “Cuando esta vida nos presente mil razones para llorar, le demostremos que tenemos una y mil razones para sonreír”. 

Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, septiembre 2019
La foto fue cedida por el señor Leopoldo Macero A.

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