Por Oscar Carrasquel
de mi primera maestra/
que eran del viejo mundo
originarios
Atiné la pareja de arrendajos
cuando mis manos alcanzaron
a tocar un canasto
en una rama guindado
Fue un día que yo andaba
a las iguanas silbando.
Eran todavía polluelos
pero ya estaban emplumando
El humilde Ángel María
-El del rancho de “El paso”-
Me explicó
que los pichones eran hermanos/
por eso les puse por nombre:
“Plimo” y “Plimiano”.
El viejo campesino
me advirtió de antemano/
como mi maestra de primer grado/
que los pájaros
no deben estar enjaulados/
pero yo/
zagal travieso le puse poco cuidado
Fue creciendo su plumaje
de colores encantados,
sus ojos oscuros de ancianos/
sus alitas de color azul/
con sus pechos anaranjados
Con sus picos afilados/
flechaban los insectos
que pasaban por su lado
Pero su dieta
era de un solo sabor:
pulpa de plátano maduro
y corazón de cundeamor
Trás su mundo sencillo/
apenas despuntaba el alba
oía sus alegres trinos
taladrando lejanías
Remedaban el agujerear
de un pájaro carpintero
que llegaba a laborar
en una rama de guayabo
Mi corazón se doblaba de pena
de mediodía para abajo
cuando imitaban el golpear
de las horas que daban
los badajos en el campanario
Las horas viejas pasaron
y mucho dolor me causó/
cuando por el remoto sendero/
aprendieron a marcharse
como si fueran arrieros.
La Villa de San Luís, 2016
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