sábado, 4 de agosto de 2018

LA VEJEZ

              
El anciano, a pesar del tiempo llegado, nunca deja de soñar ni deja de encontrarse consigo mismo. Resiste como un guerrero que se niega a sucumbir. Un mundo vivido y un millón de recuerdos van quedando entre los entresijos de la mente y del alma. se mueve como una sombra igual que un niño que busca sin alcanzar  abrevar de los pezones de la madre. La utopía viene a ser una compañera que lo reanima. La verdad es que no existe para el anciano "edad dorada". ¿Còmo se entiendo eso?. Eso no es más que una quimera, pura sutileza. El fantasma de sus sueños es como una sombra que comienza a declinar. Ahí se observa él en la inmensa noche, larga como una condena; a veces recuerda lo que dijo Herman Grimm que "el hombre es viejo, pero el escritor no envejece si sabe seguir escribiendo con una pluma joven". Desde que pone las sienes en la almohada el mucho pensar en sus días pasados vuelven a arroparlo, las añoranzas se niegan a dejar de volar. Tiene algunos desconsuelos que lo abruman. Allí se encuentra el poeta andando con su pluma escribiendo sereno, completamente inmóvil resistiendo la ancianidad, abrevando  letras y a veces escribiendo sus versos tristes y pedazos de su propia historia y también la de los demás, iluminado por la diáfana luz de una lámpara huérfana de aromas, cargado de paciencia y aguante, como aquel que vive en una choza solitaria donde no se oye ni la risa de un niño, ni los nietos pequeños corriendo dando vueltas, compitiendo con los más grandes. Vive sumergido en su nostalgia en su terrible soledad como  canto de pájaro nocturno.



Oscar Carrasquel, La Villa de San Luis, agosto 2018



                           

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