jueves, 30 de marzo de 2017

EN LA VILLA CERRARON LAS SASTRERÍAS YA NADIE QUIERE SER SASTRE


Don Diego Rattia creador de Sastería La Criollita. Foto propiedad de Editorial Miranda. Retocada por Ramón Alfredo Corniel

EN LA VILLA CERRARON  SUS PUERTAS LAS SASTREÍAS YA  NADIE QUIERE SER SASTRE
Por Oscar Carrasquel


Aquellos que son de nuestra generación llevan en su memoria los talleres de sastrería que existieron en Villa de Cura. Los talleres de costura eran unos salones reducidos; con un mesón en el medio; cabían una máquina de coser de pedal y otra de motor eléctrico.  En la máquina de costura siempre estaba sentado una persona que entre puntada y puntada se encargaba de darle forma a fluxes y pantalones elaborados a mano  con rigurosa medida. Lo demás instrumentos son unas tijeras, metro de cinta, tizas, figurines y moldes de cartulina,  hilos y piezas completas de telas sobre un armario. La sastrería según opiniones diversas, más que un oficio, es un arte que ya casi nadie desea aprender.  

No se sabe porqué las mujeres  nunca mandaban a coser en  sastrerías, seguramente cuidando su feminidad, preferían sus modistas de confianza, este criterio de la moda poco a poco fue cambiando. Algunas costureras fueron auxiliares de estos artesanos. Las costureras tienen una historia aparte que en el futuro voy a referir.

El sastre se encarga de tomar medida, trazar,  punteaba y cortaba.  Pero la operaria mujer, generalmente era quien cosía a máquina para que terminara de nacer la criatura. Un traje  hecho a medida implicaba probarlo o medirlo hasta dos y tres veces para que quedara ajustado al cuerpo de la persona.
Se cuenta que en Villa de Cura el pionero de los sastres, en las primeras décadas del siglo pasado fue un señor llamado Plácido García Zamora, muy conocedor del oficio, tenía su local ubicado en la calle del Comercio frente a la Gruta de Nuestra Señora de Lourdes.  En aquella época fue jefe del Registro Subalterno del Distrito Zamora, pero ello no le impedía su desempeño como sastre. Asentó familia y multiplicó descendencia  en la calle Carabaño casi llegando a la calle Páez.

Voy a hablar con el corazón en la mano y no puedo dejar de recordar a un sastre de origen italiano que vino a Villa de Cura  en las décadas del 50 llamado  don Giovanni Donnarumma, su taller de confección estaba ubicado en una pieza  en la calle Bolívar, al lado de la Farmacia de don Félix Valderrama. 
Era mi sastre de confianza, pues además era mi amigo, Don Giovanni Donnarumma, hombre de rigido respeto pero  de buen carácter y voz sonora, fue fundador de una de las sastrerías de vieja data en La Villa conocida como “Sastrería El Deseo”, su principal característica fue su buen humor, elegancia y caballerosidad; su prestigio se debía a la perfecta confección de la ropa y la calidad de las telas importadas que utilizaba. Desde la "Sastería El Deseo" salían los trajes por encargo todo el año. Recuerdo perfectamente su dirección, avenida Bolívar oeste 3-1, su número telefónico era de dos dígitos (creo que 82); sin embargo uno repicaba a la central telefónica por un aparato de manilla y era suficiente con pedir a la operadora: "dáme a Donnarunma", y sin identificar el número enseguida te comunicaba. Cuando yo comencé a trabajar, me confeccionaba un traje de casimir para estrenar el 24 de diciembre, con tela y todo en  100 bolívares, la cuota no pasaba de 10 bolívares mensuales. Don Giovanni Donarunma está retirado de su labor, pero es el único rostro que queda por ahí de los antiguos sastres  desafiando el calendario. Dios le de mucha vida.
  
Me remito a aquellos tiempos y no puedo dejar de recordar que si usted viajaba a una ciudad capital, podía  comprar un flux de los mejores estilos y marcas en cualquier almacén de Caracas, Valencia y Maracay -marca HRH, Rori, Wendel o Montecristo- por la suma de 120 bolívares y le entregaban la corbata de obsequio. Pero quien acude a un sastre está garantizado que se va a poner un traje a la medida y no por talla.

Una de las casas especialistas en trajes de liquilique a la medida en Villa de Cura fue  la recordada “Sastrería Núñez” de don Manuel Núñez, ubicada en la calle Blanca o Miranda,  cuya sastrería siempre exhibía como decoración al frente al negocio, un paltó de liquilique montado sobre un maniquí  con la cara de Carlos Andrés Pérez, y otras veces con el rostro del doctor Rafael Caldera; en los tiempos en que fueron presidentes de la República. Don Manuel era primo de Joselo y Simón Díaz. Se hablaba  mucho de artistas y políticos famosos que venían de todos lugares, especialmente de Caracas a encargar su liquilique y otras vestiduras en este taller de sastrería.  

Plena de vivencias y añoranzas  fue la sastrería “La Fortuna”, instalada en dos direcciones, calle Bolívar y finalmente en la calle el Comercio. La gente de aquí y del llano, mucho antes de salir a  comprar   un liquilique o trajes personalizados en tiendas de Caracas o Maracay, acudía primero a la sastrería "La Fortuna", que también fue perfumería y relojería. En esta tienda de venta por cuota quien llevaba las riendas era el poeta Vinicio Jaén Landa, la música y la poesía le permitió tener muchos amigos. El hombre que cortaba y confeccionaba se llamaba Andrés Delgado, a quien todos conocimos como ”El gallo Andrés”. Allí se respiraba paz y alegría y no se conocía el estrés. En sus ratos libres el  artesano agarraba una guitarra grande, tocaba y cantaba  música argentina. Ángel Custodio Loyola, el Carrao de Palmarito, los músicos del conjunto Serenata Guayanesa, y otros artistas afamados ordenaron más de una vez sus trabajos en esta sastrería.

Otro que se decidió a montar su propio negocio por la calle Doctor Morales  fue un sastre veterano y siempre cordial llamado Víctor Montenegro. De esta cuevita salían hechos trajes y pantalones a la medida. Reparaba y modificaba ruedos de pantalones y tallas. Se tertuliaba en este recinto, recitaban, se cantaba y tocaba; y no faltaba nunca en el patio una olla de hervido o mondongo montada sobre tres topias. Había siempre mesa servida para el que llegara. Su negocio de sastrería era una peña de cotidianos encuentros de la farándula villacurana y foránea.

Un taller de sastrería que en los años 50 parecía  una casa cultural era propiedad de un  caraqueño llamado don Augusto González. Funcionaba por la calle Miranda, frente a la casa de don Rafael Garaicochea. Allí se reunía gente de Caracas, Valencia, del llano y de todas partes.  En este laborioso taller conocí  cuando yo  era un mozalbete, al poeta  Luis Fragachán, tocaba muy bien la guitarra grande, quien además era un  reconocido sastre en Caracas. El merengue “El Norte es una quimera” es una de sus maravillosas composiciones. Fragachan hizo muchos amigos en La Villa. En las  reuniones se compartían historias sobre política (muy calladitos por razones de la época).. Mientras don Augusto González tijereaba empinado sobre un largo mesón,  el grupo celebraba con poesía, valses, joropos  y otras canciones.

Uno de los talleres de sastrerías  más distinguidas y elegantes de la época en Villa de Cura fue conocido con el nombre de Sastrería “La Palma”, propiedad de don Pedro Palma. Estaba situada en la calle Bolívar frente al bar Savery. Sus virtuosas manos confeccionaban un traje de perfecta fabricación  Diariamente tenía en exhibición los trajes y otra ropa por encargo listos para entregar. Allí en vitrinas de exhibición no faltaba una gama de perfumes londineses. 

De amplia trayectoria fue el flaco José Villasana, diseñador, artista del trazado y la costura. No quiero decir que era mejor que los demás, pero la vieja tradición lo  señala que cortaba modelos de trajes perfectos. En estos días yo recordaba su clásica y usual cortesía. Cuando uno se tropezaba con él en la calle o llegaba a su taller,  utilizaba para saludar esta centellante expresión: ¡Caraaaamba!... Desprendido y sencillo, usualmente andaba por la calle sobre una bicicleta de manubrio visitando cantidad de  costureras, como también cobrándoles la cuota a sus clientes. Al parecer murió célibe..

Mi aprecio y reconocimiento a don Edgar Macero apodado "El Niño Edgar", hijo del doctor Leopoldo Tosta, antes de ser camionero se hizo buen maestro del corte y costura para caballeros, fue bajo  la batuta del famoso sastre don Plácido García donde aprendió este arte, a cortar y coser sobre tejidos y diseñar trajes, en el mencionado taller desempeñó  un tiempo su trabajo, pero otro fue su decisión y destino.

Don Jesús Revilla fue un sastre que no era nacido de La Villa, se dedicaba  al ramo de hechura de pantalones, zurcía y corregía medidas y era músico a la vez,  nativo de Churuguara, estado Falcón. Fue un artista destacado tocando la guitarra española; muy atento y amable. Nos hicimos grandes amigos, trabajaba en un pequeño taller de sastrería en su casa de habitación. Era también Luthier, fabricaba y reparaba instrumentos musicales de cuerdas. Vivía como un pájaro en una casita colgada en el cerro Los Chivos donde quedó encerrado todo su arte. Apenas dejaba el trabajo de fin de semana me buscaba para compartir canciones y recitaciones.

En la misma calle del Comercio estaba situado el taller de sastrería donde laboraba Juan Terán, mejor conocido como “Juancito Terán”. Así lo llamaba todo el mundo por su  estatura pequeña y  contextura delgada. Fue discípulo de su padre  un sastre caraqueño del mismo nombre quien fue  su consejero, de él tomó la herencia vocacional. Tuvo  una gran pasión por su arte  hasta que le llegó la muerte de manera repentina.
El rol de sastre fue desempeñado también por mujeres. Doña Petra Fernández fue la única mujer que lo desarrolló personalizado  en Villa de Cura, hasta los años 70. La mujer trajo el oficio  de Altagracia de Orituco estado Guárico donde nació comenzando el siglo xx. Alcanzó renombre y mucha notoriedad en la Villa de Cura en aquellos viejos tiempos confeccionando trajes para hombres. Vivía y  trabajaba en una casa por los lados de La Alameda. Exactamente frente a la casa de habitación y barbería de don Luis Botello. Fue conocida por todo el mundo como “Petra La Sastra”; el apelativo no le vino de  casualidad o por tomadura de pelo, sino por su  dedicación toda la vida a este trabajo propio de hombres. Dan cuenta sus vecinos que era dueña de una mansa vaquilla llamaba “Sarita”, a la cual todas las mañanas bien temprano sacaba a comer en la sabana y la regresaba a casa en la tarde. 

Sin embargo, partiendo desde más atrás, me refiere en una nota el profesor O. Botello, respondiéndo amablemente a una pregunta que le formulamos, que “Josefa Peña de Martínez era la que cosía los liquiliques, blusas y calzoncillos rodilleros a los llaneros que venían a traer el ganado de Guárico y Apure, era vecina de La Alameda, vivía en la casa donde después vivió Juan Aguilar,  murió en 1960 a los 92 años. Era la abuela de mi mamá y madre de la mamá de Cira y José Esáa”.

Don Diego Rattia era un hombre muy conocido, panzudo, patilludo, aparentemente taciturno, fundó la sastrería “La Criollita”, diariamente se le veía cortando y trazando telas alrededor de un mesón, con un metro de cinta colgado en el hombro y unos lentes claros que   usaba siempre sobre la frente. En ese oficio pasó toda la vida. Su taller de  sastrería lo tenía en la calle del Comercio.

El gordo Juan Parra, pequeño de estatura, desempeñaba el arte del corte y la costura en un rudimentario local por la calle del Comercio. Una persona con un toque de humor muy colorido, capacitado en su trabajo. Hacer pantalones y todo tipo de traje para un caballero elegante, era su consigna. Pasado el tiempo se fue con su familia a la ciudad de Maracay. Allí en la capital siguió  amansando el amor por su profesión. Como usaba los pantalones sostenidos con bandas elásticas,  el poeta J. M. Morgado, su gran amigo, una vez le soltó esta frase humorística: “¡Cámara, esas elásticas son las que no te dejan crecer!”.

En la calle del Comercio de Villa de Cura trabajó la sastrería en un amplio local el maestro don Héctor Acosta, profundo conocedor del arte de confección de ropa para caballeros;  y también a su lado en  una pieza alquilada don Carlos Freites. Ambos fueron sastres finos en Villa de Cura. Tenía don Héctor Acosta una cantidad de clientes que venían de los estados llaneros. A Carlos Freites no lo volvimos a ver, me informaron que junto a su familia se fue a vivir y trabajar en Maracay, como modista del contingente de las FAV.

Les cuento que en la calle Bolívar y Villegas, por un costado del viejo hospital Dr. José Rangel vivía con su familia el conocido maestro Isidro Díaz. Dedicado toda su vida a trabajar la sastrería. Se pasaba dándole pedal a una máquina de coser, con un mesón lleno de cortes de lino blanco para hacer liquilique; recuerdo que en el mes de diciembre no se daba abasto librando batalla en su módico taller. Pilar y horcón de una bella familia..Ejemplo para las nuevas generaciones aunque ya nadie busca aprender este oficio.
Quizás el último que desempeñó de sastre en Villa de Cura  fue un viejo operario que diseñaba, cortaba y él mismo cosía en una moderna máquina “Triumph”. Su nombre era Ramón Arturo Muñoz. La sastrería fue su pasión y su modo de vivir. Murió hace tres años pero me dejó de recuerdo la foto que les muestro. Vivía  y trabajaba en una pieza al lado del bar El Samán.  Yo lo visitaba con frecuencia, era un hombre muy conversador y contador de anécdotas de sus tiempos en el ciclismo; En la Villa fue animador de las competencias de bicicletas en carreteras. Su taller  era lugar de reunión de ciclistas y deportistas. Don Ramón Arturo Muñoz era de nacionalidad colombiana, excelente persona muy educado.  Villa de Cura, ciudad a la que tanto amó, fue su segunda tierra y aquí reposan sus restos. 

                                    
Don Ramón Arturo Muñoz. Sastre y ciclista. Foto O. C.
Ya se marcharon de esta vida terrenal aquellos sastres de ancianos y blancos cabellos que existieron en nuestro pueblo, se acabaron aquellas viejas sastrerías. Los viejos talleres de sastrerías y aquellos grandes almacenes de telas como "La Tienda de Cuadros", hace  años que cerraron sus puertas. Las nuevas generaciones, como explicamos al principio, no mostraron interés por continuar el  arte, ni le dieron importancia al oficio, a esto se agrega que la industria textil venezolana está en terapia intensiva. Finalmente quiero recordar que en aquella vieja comarca de mediados de siglo xx, el arte de la sastrería era una materia aprendida en la Escuela de Artes y Oficio hoy Centro Superior Leoncio Martínez de Villa de Cura. .




Oscar Carrasquel. Villa de San Luis, verano de 2017


   


                                                





2 comentarios:

  1. Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.

    ResponderBorrar
  2. Felicitaciones poeta por ese artículo, y prepare la musa para que me haga a mi en corte y confección mi liquiliqui este año

    ResponderBorrar

Deja tu huella en este blog con tu comentario.