domingo, 12 de marzo de 2017

TRANSPORTE EN CARRETA Y BESTIA DE CARGA A MITAD DEL SIGLO XX EN LA VILLA DE SAN DE CURA

Transporte en carreta y bestia de carga a mitad del siglo xx en la villa de San luis de cura

    Por Oscar Carrasquel

En las primeras décadas del Siglo xx cuando en Venezuela no había llegado completo la era del transporte automotor, tanto el traslado de personas como de carga de alimentos del campo a la ciudad y viceversa, se tenía que hacer en carretas tiradas por caballos  o en lomo de burros, o en bestia mular. En cualquier parte, carretera, calle o camino real nos encontrábamos de frentes con ellos.
Por las calles de Villa de Cura, hace casi tres cuartos de siglo,  no era raro encontrarse en las puertas de los comercios los arreos sostenidos  de los  ventanales de los almacenes y las pulperías, o amarrados de una punta de eje de carreta que encajaban en el piso en las esquinas.
Siendo yo un muchacho observaba diariamente los arreos frente a la bodega de don Francisco Martínez y a la entrada de los almacenes de Manuel Melo, Norberto Ramón Vásquez, Francisco Matute y Froilán Aguirre, amarrados con un mecate de los ventanales. Previamente eran recibidos por el comisionista don Alfredo Rodríguez que fue un gran comerciante a pie.
De las primeras décadas del siglo xx se recuerda al humanista doctor Leopoldo Tosta Alfonzo, un villacurano que ejerció la farmacia y la medicina a su modo. Se le conoció mula propia, siempre andaba arriba de su mula dedicado a la prestación de un servicio social, salvando distancias, visitando y atendiendo a personas enfermas en la población urbana y rural.


                                        Mula de silla del doctor Leopoldo Tosta. Foto archivo Editorial Miranda.


En los años 1940 hasta los 50  todavía los arreos de burros y carretas transitaban por trochas angostas o malos caminos, en cuyos predios se cultivaba café, panelas, granos y otros productos, los llevaban a La Villa provenientes de El Cortijo y de las haciendas Santa Rosa y La Violeta, desde  Picacho Blanco, Platillón, Virgen Pura y otras fundaciones. 
José Carrillo,  mejor conocido como “Mano Chico” dice que siendo mozo laboró en la hacienda "La Violeta". Nos dice que  el magnate de esos lares era un señor llamado Ismael Pérez, rico hacendado  propietario del fundo. Tenía un buen arrreo  de burros y  de mulas.  "La Violeta" tenía una pulpería bien surtida, practicaba el truque de fichas por jornal para que sus obreros gastaran en su propia comercio.
Carrillo, muy conocedor nos explica que cada uno de los arreos lo conformaban siete bestias en fila india, tirados por un chicote. Llevaban un pedazos de faldo a los lados de la cabeza para direccionar el campo visual del animal. El primero lo denominaban  puntero o campanero, porque llevaba colgado del cuello una campanilla que sonaba un "tilín" al caminar y marcaba el paso para gobernar el resto de la caravana.
Seis burros llevaban enjalma para aguantar y adaptar la carga. El último  de la fila era el burro sillonero, el único que no llevaba enjalma, sino el sillón de quien era el arriero.  Pendían de la tabla del cuello de los animales unos bolsones llenos de maíz en grano para alimentarlos durante la jornada; bebían  agua en lo que se detenía la caravana en un paso de quebrada. Descendían por el camino  de Santa Rosa para llegar al centro de La Villa. De regreso iban cargados de productos que no se daban en el campo, tales como sal, enlatados, ropa mandada a hacer, alpargatas y herramientas para el trabajo en las haciendas.
Como es sabido, con el paso de las décadas llegaron el jeep y camiones, pero aún en los años 50 del siglo xx la carreta y personas sobre burros, mulos y bestia caballar se podían ver confundidos entre los escasos autos que circulaban. Cuando eso el límite de la Villa llegaba hasta la Alameda y la plaza Bolívar, lo demás como  dice el dicho,  era “puro monte y culebra”..
Cómo no voy a recordar a don Dionisio Infante si fue mi padrino, con toda su pompa montado sobre el lomo de una mula  negra que tenía marcada una  estrella en la frente. En un tiempo fue su medio de transporte desde la “puerta de campo” de su casa de familia  hasta la vaquera de La Providencia. Con frecuencia se oía el rebuzno  del animal y el traqueo de los cascos,  y las personas ya sabían que era el Negro Infante por la calle Sucre.  Regresaba con la ropa  blanca embardunada de orine y estiércol de ganado. Apenas llegaba a su casa, la desensillaba, le daba un baño, le propinaba una nalgada, y la obediente  mula regresaba por el medio de la calle Sucre, sin que ningún muchacho se metiera con ella, hasta llegar a La Providencia..
Los villacuranos de la década del 50 no pueden dejar de recordar a una mujer  llamada Nicolasa López. Era una señora feliz y muy avispada, con rasgos de campesina, vestido largo, blanca, robusta; llegaba los fines de semana, cultivaba productos en un cerro de  “Camejo”, bajaba por un camino a pie echando por delante un par asnos cargados hasta la coronilla de productos agrícolas para comerciar en los negocios de pulpería de La Villa. Compraba mercadería seca y revendía en el campo.
Otro personaje popular era una humilde mujer llamada Juanita Flores, muy conocida en el barrio Las Tablitas, arreaba un burrito  cargado de frutos del campo, bajaba  por el camino de tierra de “Camejo” cercano a Villa de Cura, donde ella tenía una parcela. Entre sus cosas traía plantas medicinales y miel de abeja. Contaban que consiguió un préstamo de 300 bolívares de los antiguos e instaló un puesto de venta dentro del Mercado viejo que quedaba diagonal con la Plaza Miranda. Venía con aves de corral, papelón, postura de gallinas envueltas en hojas de maíz, granos y verdura para darle gusto al hervido.
También  esos años era común observar montando una mula mansa  a un árabe  ya viejo y obeso, quien todo el mundo conocía como “Musiú Samuel”, habitaba una casa de bahareque por la calle Urdaneta o Cuadra Larga, casi a mitad de cuadra la cual también era tienda. En las tardes calurosas se paseaba ofreciendo en las casas cortes de tela por cuota. El viejo poseía una característica, entregaba la mercancía y recibía el pago  sin necesidad de bajarse de la mula (Cuando eso la expresión: “Bajarse de la mula”, no tenía la connotación que tiene ahora, de cobro ilegal). Mi mamá como era costurera de oficio se contaba entre sus marchantes.
Hace más de 60 años vivió en Villa de Cura un personaje peculiarmente y muy querido en el barrio Las Tablitas llamado Rosendito Martínez; hoy en día los habitantes  de la barriada vivirán  añorando a este señor, porque parecía  una panadería ambulante. Cotidianamente andaba montado sobre un burrito con un par de cestas que le colgaban a cada  lado, ofertaba: pan de piquito (parecido al ”pan francés”) pan dulce, tunjas, bizcocho redondo, butaques y catalinas. Su burrito se hizo muy conocido porque caminaba con paso acelerado:  Murió pobre Rosendo y su negocio lo terminó la modernidad, que ahora pasado tanto tiempo puso en boga las ya perpetuadas colas para poder adquirir el pan de panadería.



A este  transitar por calles y caminos utilizando medio de tracción de animal, se agregaban las carretas tiradas por caballos. Un personaje por demás  conocido fue el  señor José Heredia, un hombre pequeño y delgado, usaba sombrero de fieltro ala corta, muy activo; y por su modo rebotado al caminar, por causa de las traidoras niguas,  le pusieron el apodo de “zamuro”. Se dedicaba a transportar enseres de mudanzas,  retirar escombros, cargar material de Tejerías y botar basura. En tiempos de Carnaval lo contrataban para forrar su carreta con vistosas y bellas flores, y por los lados pencas de palmeras;  participaba en los cuatro días de desfiles de carrozas y en la octavita.  Más de una reina de las fiestas carnestolendas de Villa de Cura de la época, paseó y exhibió su belleza repartiendo  sonrisas, papelillos y caramelos montada sobre la carreta de Heredia. 
Otro personaje muy peculiar fue don Benito Pérez, un hombre  trabajador, era renco de una pierna, y se apoyaba en una muletilla para caminar. Siempre lo veíamos  montado sobre un quitrín halado por un viejo caballo. En aquellos lejanos 50 recorría las principales calles de Villa de Cura, surtiendo a la población de leche de vaca recién ordeñada, a real (o.50) cada litro, casa por casa,  procedente  de vaqueras cercanas; y luego se dedicó a la venta de kerosene a domicilio. Don Benito además se convirtió en un experto ensalmador de torceduras, del  mal de ojo y culebrillas.
Y así como en la vieja Caracas existió el famoso cochero don Isidoro Cabrera, símbolo de la vida capitalina del pasado siglo, inmortalizado por Billo Frómeta en ritmo de guaracha,. Igualmente de  nuestra Villa de Cura romántica y antañona quedaron en el recuerdos un montón  de “carreteros”  que con su trabajo pudieron levantar a una familia, como fueron el musculoso Negro Lindo, Ramón Tabares, Simón Méndez, Augusto Pérez, Benito Pérez, José Heredia, Félix Durand, Pedro Palma, Inocencio Vina, Pablo Rodríguez y Jesús María Espi, este último, hermano de don Pancho Espi, vecino de Las Tablitas.
Como es sabido en  la segunda y tercera década del siglo XX, en Venezuela el transporte movido por tracción de sangre comenzó a cambiar, por la presencia de gandolas, camiones, camionetas, jeep, etc.Uno que siente  compasión por los animales le entristece contar que los pobres burritos y bestias mular, la paga que recibieron por su largo y sacrificado trabajo, es que fueron reclutados para saciar el apetito de  animales salvajes amaestrados de  los circos,  y  de los tigres y leones en  parques zoológicos.
Resta por recordar que en aquella época  los conductores de carretas debían poseer  credencial o "título". El desplazamiento  por el perímetro urbano  estaba sujeto a  expresas disposiciones legales...Muy útiles estos medios de transporte en la época, era mejor que andar a pie...
 "!Qué gasolina en dolares náaa!", dijera nuestro paisano y amigo el difunto Sandalio Barrios.

Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, abril 2020


La foto de la mula del doctor Leopoldo Tosta es propiedad de Editorial Miranda, las otras dos bajadas de Internet.

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