jueves, 13 de julio de 2017

RECORDANDO LOS 100 AÑOS DE DOÑA FELICIA CEBALLOS


                           RECORDANDO LOS 100 AÑOS DE DOÑA FELICIA CEBALLOS


                                                                                                                         Por Oscar Carrasquel


Cien años andando agarrada de la mano de Dios y con la religiosidad católica por dentro acaba de cumplir doña Felicia Ceballos. 100 años no es un día, lleva bastante tiempo recorrerlos. Devota del padre de la Santísima Trinidad y  de la Divina Misericordia, además de conocedora espiritual de los misterios del Santo Rosario, cuya devoción siguiendo la tradición familiar se lo inculcó su madre desde que era pequeña. Son  los estandartes que ella lleva en el corazón,  bendicen su vida y la hicieron crecer dentro de  la fe.
Un siglo, veinte lustros... Así como suena... Ni más ni menos…100 años han transcurrido hoy 11 de junio de 2017 de haber llegado a este maravilloso mundo  este corazón pintado de canas blancas que  sigue diciendo ¡presente! cuando ella escucha pronunciar su nombre. La conocimos  en la urbe en tiempos lejanos cuando yo era un niño.   En nuestra Villa de Cura se respiraba aires de libertad y sosiego, había paz, nuestras casas pobres  entonces no eran un mundo cerrado de rejas.

En su tiempo esta humilde señora mantuvo sola a su prole con el trabajo de la cocina. Los clientes a pie o en lomo de caballo bajaban por todos los caminos a comer en su Pensiòn. Así comenzaba su heroica marcha desarrollando su  trabajo sin desmayo. Eso fue por allá en las décadas de los años 40 y 50 del siglo XX. A decir verdad  su labor de cocinera no tenía hora de empezar ni hora de terminar, no era nada fácil el oficio, ni tampoco cómodo  lidiar con tan variados gustos o paladares. Sin embargo, la  fama de su exquisita comida  se extendía por todos lados, lo cual fue para ella título de orgullo.

A Villa de Cura llegó un día  en un viaje de  arreos por el único camino de recuas a los 12 años de edad,  La comarca era como ella la vivió en su juventud, un pueblo feliz y tranquilo, un cobijo hospitalario, una agradable Villa de ambiente casi rural y de limitado comercio y escaso tránsito automotor.  Arreos de mulas y asnos que deambulan por sus calles solitarias. Eran tiempos  de cuentos de fantasmas como “La Sayona”, "El Anima Sola" y “El Carretón”; además de la figura  del “Encamisonado”, un personaje de carne y hueso del cual  apunta la leyenda fue descubierto una noche disfrazado de espanto;  pues se oía decir que se aprovechaba  cuando el poblado quedaba a oscuras   para saltar las empalizadas ajenas.

Dice  en  un documento  que Felicia María Ceballos Rojas, como es su nombre completo, nació en el sitio de Santa Rosa del Sur a campo abierto el 11 de junio  de 1917. Sin embargo se comprobó que  hay un error del amanuense en la fecha, porque en realidad  abrió sus ojos al mundo  el 11 de julio de 1917. Sus padres fueron María Eugenia Rojas y Melesio Ceballos Rebolledo, ambos campesinos de conuco, labradores de la tierra..

Hoy recordamos que esta agasajada matrona tuvo un total de cinco hijos todos varones  a los cuales vigila desde sus primeros pasos: Cristóbal, Ernesto, Félix, Guillermo y  Marcos. El esfuerzo no fue en balde pues sus hijos todos son hombres  laboriosos de probada conducta ciudadana y distinguidos en el estudio Fue esa la disciplina que recibieron en un hogar de exclusiva vigilia y sostén de la madre. Se casaron, formaron familia aparte y algunos tuvieron que alejarse un poco, pero siempre buscando  estar lo más cerca posible de ella. Y es que el amor maternal no termina por ninguna razón. El amor de una madre es irreemplazable. 
Una vez  le llegó a doña Felicia el infortunio  del destino,  no pudo detener la punzada en el alma y las lagrimas cuando la muerte despiadada le arrancó de sus brazos a  su hijo Cristóbal, nuestro amigo que en paz descanse.

La vida es bella y maravillosa a pesar de todas sus vicisitudes, pero lo es aún más, cuando se  llega a esta edad y la persona se conserva útil y con vitalidad; cuando trascurrido una centuria todavía se encuentra viviendo con sus grandes verdades, queriendo a sus hijos, vecinos y amigos, con el espíritu alegre y  su tono de voz y mente siempre lúcida, evocando el pasado el cual supo  transitar con amor y firmeza.

La edad no ha representado para doña Felicia impedimento alguno para seguir activa en sus menesteres cotidianos. Todavía está pendiente de sus hijos ya de familia propia, más la ramificación de 12 nietos y 7 bieznietos, lo más hermoso de la siembra. Se preocupa por los oficios elementales de la casa, cuidando que se mantenga limpia. Su amor por las matas es tal que riega y cuida de sus plantas y mantiene bello un jardín de rosas que le da sombra la entrada de su vivienda. Y  es tan sobrada su vitalidad que todavía  cocina y le queda tiempo para recibir lecciones de cuatro, tres días a la semana, de parte de su profesora María Teresa Fuenmayor. Además se la pasa tarareando sus canciones favoritas. Le atrae la música que ha sido siempre un complemento de su vida desde que estaba ene el campo,.

Lo que más importa es tener la mentalidad siempre abierta dispuesta para el conocimiento y tener ganas de sobrevivir en estos tiempos tan plenos de  incertidumbre. Asombra su memoria prodigiosa. Se desplaza en la casa con seguridad y con la fuerza espiritual que le viene de Dios. Siempre presta para vencer obstáculos, aconsejar a los mas jóvenes y seguir ayudando hasta donde se pueda a la persona más necesitado.

No debiera ser yo,  que solo vengo a traer a la memoria estas breves evocaciones para agasajarla, quien se atreva a describir  estas vivencias de tanta lejanía.  Quizá  usted doña Felicia con 100 años en lo alto es la que desplegando sus alas mejor conoce su vida y la historia  de esta Villa de Cura. Aquel  pueblo que antes era como un pequeño baúl donde cabíamos todos, la romántica y palpitante de ayer que usted misma ayudó a construir, muy diferente  a la de nuevos tiempos.

No sé si usted se acuerda doña Felicia de su juventud en su centuria de años vividos, cuando en nuestras casas pobres de antes no se incubaba el hambre. La arepa y otros productos alimenticios venían del campo, de la sierra, sobre lomo de asnos. No faltaba el café bien de mañana y se daban fijo, sin falta, dos sentadas o "golpes" en la mesa. La costumbre era a las 10 de la mañana,  el primer golpe, y el segundo a las 4 de la tarde. Así se tratara de caraotas negras revueltas con postura de gallina casera.

Un muchacho -por poner un ejemplo- no pasaba por adelante cuando otras personas mayores estaban conversando. De acuerdo con aquellos valores lo que decían los viejos aunque fuera con una mirada era "santa palabra" Y se le pedía la bendición a las personas mayores a si no fuera de su parentela... En las escasas boticas del pueblo se preparaban las formulas médicas y para la calle salía el olor de los remedios.

Aún tiene doña Felicia Ceballos un montón de días bellos por vivir por la gracia de Dios, y la virgen María también nuestra madre, unos años más que avanzar en el tiempo. Es lo que se percibe en la sabia sonrisa de su rostro y en el aroma de cada brisa que baja de la  Sierra de Santa Rosa del sur, de la alta colina de Picacho Blanco.

Lo atractivo de hoy es la reunión donde estarán presentes todos sus hijos y nietos y demás familiares. El mejor de los regalos. No esperaba regalos "En mi edad lo que deseo es que vengan todos para abrazarlos y bendecirlos" 
  
La vida es un privilegio que nos da Dios, depende de cómo la vivamos, de cómo la enfrentamos. Hoy cuando amanece nuestra villa altiva y bonita, aprovecho esta agradable encrucijada, adonde me condujo con sumo agrado la vida, para felicitarla con justicia y admiración... Permita usted doña Felicia que cuelgue en este hermoso día 100 flores perfumadas de mi humilde poesía sobre su pecho. ¡Feliz cumpleaños!





Oscar Carrasquel. La Villa de San Luis, junio de 2017

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