martes, 27 de marzo de 2018

RONDA DE RECUERDOS DE MI NIÑEZ

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Quiero compartir con ustedes esta "Ronda de Recuerdos" donde hago un resumen de mi niñez en los aspectos de Juego preferido, programa de radio favorito, las mejores maestras que tuve, el regalo inolvidable y si realicé alguna travesura memorable.

Sin duda que mi juego preferido y lo que más me fascinaba era el juego de pelota beisbol y quiero rememorarlo con orgullo. Comienzo jugando con pelota de goma en pleno centro de la calle Urdaneta de Villa de Cura y también lo hacíamos en las casas solariegas de la vecindad. Posteriormente jugué pelota sabanera, y por último como integrante de equipos organizados hasta llegar a la clasificación “A” y eventualmente en la pelota “AA”. En aquel grupo nadie se salvaba de un sobrenombre, ahora que recuerdo que a mí me pusieron “Patón”, por aquello de que mi apellido hacia recordar al célebre Alejandro “Patón” Carrasquel, el primer pelotero venezolano en jugar en las Grandes Ligas.

Es obvio pensar que a mi edad escolar, en aquel tiempo aun no había hecho su aparición la magia de la televisión, solo existían los viejos radios de tubo marca Phillips y Telefunken. Apacible discurría de veras la vida en la población de Villa de Cura. Aprovecho para recordar que en aquella modesta casita no poseíamos este aparato. Para lograr oír el desarrollo de los juegos del beisbol que trasmitía el gran narrador Francisco “Pancho Pepe” Cróquer, desde el viejo Estadio de San Agustín, Caracas, teníamos que irnos para el fondo del corral y sentarnos bajo una matica de guásimo, y por medio de una empalizada de alambre gallinero nos poníamos a oír y disfrutar de la trasmisión de un aparato de radio de la casa vecina, desde que comenzaba hasta que finalizara la fiesta del beisbol.

Siempre lo he dicho y lo he escrito en reiteradas ocasiones en crónicas anteriores, que mis maestras inolvidables en Villa de Cura fueron las hermanas: Tula, Josefina y Priscila Bolívar Rodríguez, maestras preceptoras en aquellos tiempos de sus comienzos. Me enseñaron a escribir y leer las primeras letras, a unirlas hasta formar palabras como: Pala, Tapara y Maraca. A combinar las palabras para formar oraciones como: “Mi mamá me ama”… De ellas también recibí reprimendas por mis borrones en los cuadernos de de dibujo y escritura.

En aquellos tiempos remotos eran precarios los juegos de la niñez. De ellos me es fácil recordar una feliz oportunidad en que Salomón Rodrìguez, que así se llamaba un hacendoso amigo que venía de Caracas donde trabajaba, en una Navidad me regaló una zaranda metálica que se accionaba de forma manual; muy bonita, no solo porque estaba coloreada con los colores del arcoiris, sino que rugía como una locomotora; daba vueltas y más vueltas, giraba serenita en un solo pie como una bailarina de ballet. Se podia  comparar con un platillo volador que pisa tierra. En estos días después de haber pasado tantos años, pude ver un juguete similar mostrado en una imagen por el poeta y coleccionista William Saldeño. Yo me alegraba cuando me dejaban en casa solito jugando con mi zaranda ¡Qué maravilla! Ya han pasado unos cuantos veranos y borrar de la memoria no puedo aquella zaranda de hojalata y menos las manos livianas que me la regalaron.

Cuando hay una persona de jefe en la vieja casa como era mi mamá en aquella generación, con una dosis tan estricta de severidad como ella poseía no es fácil recordar que en la niñez hayamos cometido alguna infracción que acarreara una fuerte reprimenda. Había la costumbre que cuando mamá nos daba permiso para ver una película en Villa de Cura, nosotros nos veíamos obligados de salir del salón antes del final de la proyección, a sabiendas que el permiso expiraba a las 9 de la noche, un retardo siquiera de 10 minutos habría que atenerse a las secuelas y recurrir a la caridad de Dios. Después de grandes ya emplumados, sí, cada uno fue dueño de su destino.

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